viernes, 23 de agosto de 2019




ROSALÍA Y NUESTRO HOGAR

 A ella con el paso del tiempo la terminamos llamando Rosalía. Se trata de una <<salamandra>> que siempre nos mira desde las alturas. Creemos que llegó hace más de 20 años, antes que nosotros habitáramos nuestro hogar, mientras estábamos en el proceso de construcción de la vivienda que duro 5 años, seguramente dejó su selva y se posicionó en nuestro techo de 2 aguas; en lo más alto, en la guardilla y ¡eso sí! sin necesidad de pedir permiso ni hacer reservación previa. ¡Al principio nos caía mal! Hace muchos años emprendimos nuestra estrategia de ataque fulminante e intentamos cazarla injustamente a trompicones.  !Enfrentamos una guerra a muerte! De un solo tajo, no sabemos cómo, su larga cola se seccionó de ella y parecía tener más vida que su propio cuerpo. Danzaba y se contorneaba como bailarina odalisca del oriente. Pensamos que hasta ese momento terminaba la visita de Rosalía la <<salamandra>>, pero no fue así… —¡Aun en pleno día, reptaba de un lado a otro y sin cola! 

 Siempre hemos mantenido el principio de que: ¡Nuestro hogar es sagrado! Todo hogar es sagrado… desde niños siempre conocimos esa afirmación. Nuestros padres nos la inculcaron. Siempre había el lugar bendito al final del día, al que podíamos llegar a resguardarnos.

 Ya teníamos totalmente clara la teoría, que el psicólogo humanista Abraham Maslow planteó a principios del siglo XX, como un modelo para definir una jerarquía de las “necesidades humanas”, donde la satisfacción de las necesidades más básicas, una vez satisfechas, daban lugar a la generación de sucesivas necesidades más altas. —El principio de tener un hogar, la había ubicado dentro de su teoría de la Pirámide en el segundo escalafón (en las de seguridad), luego de las primarias que son las fisiológicas, como poder respirar o alimentarnos.

 Rosalía la <<Salamandra>> como todas las de su tipo, es un anfibio. —No es de color negro con manchas amarillas como sus amigas europeas, sino al ser del trópico es de color violeta claro y eso si muy larga y longeva. Pareciera que tiene pegamento en sus 4 patas de 5 dedos, tiene la cabeza más ancha que su cuerpo, con una cresta “dorsocaudal” que comienza en la parte posterior de su tronco. Increíblemente las salamandras suelen vivir entre 25 a 30 años. Rosalía a pesar de su edad es muy atlética. Se pone al revés, al derecho, de lado, de cabeza y no hay manera que se caiga. No le importa si la superficie es liza o corrugada, igual se aferra como “crazy glue” a la superficie.  
 La palabra hogar siempre ha sido usada por el ser humano, para designar a un lugar donde un individuo o su grupo habita, creándonos la sensación de seguridad y calma. En esta sensación se diferencia del concepto de casa, que sencillamente se refiere a la vivienda física. “Históricamente hablando, la palabra hogar proviene del lugar donde se encendía el fuego, a cuyo alrededor se reunía la familia ancestral para calentarse y alimentarse”.

 Tan importante como tener salud o como alimentarnos es contar con una vivienda amable donde llegar cada día. Un lugar mágico que nos cubra del sol y de la lluvia, un sitio que nos permita compartir con nuestra familia, un lar cariñoso que nos abrace para recuperar las energías consumidas durante el ajetreo diario, —donde poder alimentarnos, asearnos, ver televisión, leer un libro o simplemente meditar o rezar. Por eso llega siempre en algún momento en la vida del ser humano adulto, el proyecto de la procura para suministrarle a los suyos su propio hogar. Una construcción que sea sólida, segura, confortable y amable, donde cada hijo y conyugues estemos a gusto.  Muy temprano en la mañana siempre salimos del hogar a trabajar, como todas las personas responsables de buena voluntad, nos premia cada día con amaneceres bellos, rosados, violetas y anaranjados que hemos disfrutado durante muchos años.  —eso sí, estemos donde estemos, siempre volvemos de manera “automática” a nuestro nido de resguardo, donde la seguridad nos cubre con su manto, donde están nuestros juguetes, donde nos cobijan nuestros recuerdos, —donde el amor esta en el aire.

Pero como nada es perfecto, teníamos un “problema” en nuestro hogar, Rosalía la <<salamandra>> siempre andada por ahí. A veces dejaba rastros blancos y negros. Había que estar constantemente limpiando su desastre, —era un karma continuado pensábamos nosotros.  ¡Teníamos que atraparla! El objetivo estaba entre “ceja y ceja”. Muchos diseños de posibles trampas pasaron por nuestras cabezas. Que sí una jaula con queso adentro (como los que se usan para atrapar a los roedores), —la de la lata sostenida con un palito de madera y que con una cuerdita con “nudos marineros” hacíamos que ella quedara prisionera…, la del papel con pegamento... En fin, luego de probarlas todas, ninguna de ellas funcionó. Nuestras técnicas cazadoras, algunas de la era de las cavernas dejaban mucho que desear…

 Rosalía tenía siempre la ventaja de las alturas, además de ser muy rápida, “mimetizable” y escurridiza.  De repente empezaron a aparecer nuevas salamandras, pero pequeñitas. Se colocaban detrás de los cuadros, dentro de los zapatos, en los carriles de las ventanas… en fin, en muchos lugares, ¡menos en el ático!, pues en ese lugar vivía el residente mayor y era de ¡armas tomar! De vez en cuando, emitía un ruido “fantasmagórico”, como a 40 decibeles, —parecía el sonido de una rana comiendo grillos…, pero con un tono más alargado y seco... “Nos decía aquí estoy yo y soy tan dueña del recinto como ustedes”. ¡Aquí en el PH manda Rosalía!, —“aquí solo con escalera pueden llegar a mis dominios, en el cajón de madera machihembrado de la viga principal están mis aposentos, en la piedra angular del hogar, en el bastión principal de la batalla y así lo ha sido durante tantos años”.

 Por si no lo saben: ¡yo soy el arrendatario más antiguo del inmueble!

Pues sucedió que, con el paso de los años, “mientras estábamos distraídos”, el hogar se llenó de: amor, hijos, —amigos del alma, buenas costumbres, valores, libros y cuadernos, de diplomas, medallas y hasta “cachivaches”.  — Bienvenidas también fueron las estrellas, las lunas llenas, nubes, lluvias, árboles y frutas. Pero eso sí la amiga Rosalía siempre estaba a nuestro lado, como parte de la familia, pensando: ¡estas gentes son felices!

 Pues la vida continúo…, ¡día a día… noche a noche…! Pasaron los años, los hijos se fueron, emprendieron sus nuevos hogares (sin salamandras…), viajaron a otros destinos, concibieron a nuestros nietos y dejaron un gran nido vacío más grande que el de una cigüeña de la era jurásica.
Pues luego de tantos años, sumado a la impotencia de nuestras labores de casería, más el cariño propio adquirido durante la vida compartida, —nuestra Rosalía se ganó, ¡a punta de constancia y perseverancia!, ser parte de la familia. ¡Firmamos un tratado de paz! Nos dimos cuenta de que era un ser importante en nuestro hogar. Ella era una cuidadora-cazadora de alto calibre, pues no había grillo, alacrán, mosquito, mosca, gusano, insecto, que venciera sus fronteras. ¡Era una guerrera como Wonder Woman! La primera vez que interactuamos de cerca le extendimos la mano, la agarramos (la cola le había crecido de nuevo), ella volteó y sin reparos nos mordió la uña, con sus dientes finitos, como una lija de latonero. —No fue un mal inicio de la cercana relación, pues en una segunda oportunidad nos permitió sobarle la cabeza y compartir mansamente su compañía en nuestras manos.

 Este cariño nos convenció y confirmó que todos podemos convivir juntos, a pesar de las diferencias que tengamos. Estamos en el mismo planeta y dimensión. Debemos permitir nuestros “existir”
¡Estamos en el mismo aquí y en mismo ahora!. No debemos juzgar, ni etiquetar, pues lo que tiene que ser, simplemente es…

 Quien nos dio el derecho, hace tantos años de intentar terminar con la vida de un ser tan noble y longevo, de exterminar a un tan bello y pacífico ente natural, que cumple con funciones tan importantes, en la conservación y resguardo de intrusos de nuestra Casa en el Bosque.
¿Era menos importante que nuestros perros Arko y Venus que nos protegían de la maldad 24 x 7? o ¿Qué de nuestro morrocoy el longevo Don Armando, que con su caparazón tipo tanque de guerra nos daba lecciones de paciencia?

 ¡No somos dueños del planeta Tierra!, simplemente somos una especie más que vino a compartir la naturaleza que Dios nos dio con los otros seres vivos…

Rosalía ama también su hogar y está constantemente compartiendo con nosotros… ¡Pero definitivamente ya no nos guarda rencor…!



Escrito por:
Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela. | Categoría: Cuento Corto 
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23 de agosto de 2019

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