miércoles, 14 de agosto de 2019



DEUDA PAGADA

 Fueron 33 años de espera, era imposible no llegar—, así fuera “reptando” y con todos los dolores, se hacía imposible no terminar la osadía. Y al estar en las cercanías de la meta, mi dermis y epidermis sudando hacia adentro y afuera, comenzaron a tener textura de “piel de gallina”, aparecieron las mariposas en mi estomago y mi mente se “orgasmizó” hasta llegar al éxtasis.

 El calor era insoportable, fue un día de 44 grados centígrados de sensación térmica. Así como sí el mismísimo diablo, nos hubiera acompañado desde una de sus pailas del infierno.

 Los últimos 500´s metros se parecieron a la entrada al cielo, pero totalmente vivo y a sabiendas de que se estaba a punto de pagar una cuenta morosa y de larga data, una deuda cuyo acreedor era el peor de todos los existentes, que personificaba el implacable superyó - el uno mismo -.  

 Definitivamente fue un momento de sosiego y satisfacción que me catapultó a mi humilde eternidad...

 Era el año 82, no me acuerdo el por qué y de donde y que anofeles me picó, para que se  me ocurrió correr un maratón. Creo que nadie más que yo intervino en la toma de esta decisión, pues a mi me tenia atormentado tantos años estudiando y como que necesitaba una ruta de escape para “drogarme” de endorfinas y llenarme de retos diferentes.

 Ya hacía 95 años desde que se corrió el primer maratón de la era moderna en Boston y solo 15 años de la proeza, cuando Katherine Switzer,   la primera mujer atrevida y osada en la ciudad de Harvard, corrió contra el reglamento burlando a los alguaciles, policías y árbitros y bañó con jugo de carácter, la discriminación sexual de la época, llegando a la meta disfrazada de “runner”.
   
 Eran los tiempos en que por primera vez las palabras “aeróbico” y “anaeróbico” se pusieron en boga. Cuando Jane Fonda trajo la moda de los videos sudorosos por MTV, donde las licras pegajosas y las sudaderas en la frente, acompañaban a su tribu. Pocos años tenía la moda de hacer deporte de forma masiva. Todo el mundo corría, saltaba, bailaba, brincaba…zapateaba. Gordos, flacos, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, a todos nos dio la locura de sudar hasta que la camisa se te pegara al esternón y los ojos te lloraban del picor del sudor.

  Era el momento en que Freddy Mercury y sus panas de <<The Queen>> nos pusieron a cantar a todos we are the champions y nos hicieron brotar el campeón que todos llevamos dentro.

 Pues entonces, sin mayores conocimientos teóricos, empecé a entrenar solo, con mis Adidas azules viejos en mis pies y con mi abundante amiga voluntad. Corría todos los días como <<el despistado Forrest Gump, sin apoyo de Bubba de Alabama>>. De aquí para allá, y de allá para acá, pues Garmin todavía no se había conectado a los satélites para decirnos cuanto se había recorrido en el entrenamiento improvisado. A veces, si tenía gasolina, en mi Fiat 125 especial azul cielo de 5 velocidades, hacia el recorrido con antelación, para sacar la cuenta.

 La correcta hidratación, los geles, las medias de presión, la zapatilla adecuada, la correcta alimentación, el IPod y los audífonos de bluetooth brillaban por su ausencia. La técnica estaba perdida en la ruta...

 —Hasta que llegó el día de mi primer maratón, sin saber en qué clase de lio me había metido…

 Mi hermano el que me llevó mil veces al oculista, en su Yamaha 250 negra, me trasladó al oeste de la ciudad. Estaba amaneciendo en el punto de Salida, donde oíamos a lo lejos el rugido de los leones del Zoológico, no sin antes haberme colocado mi dorsal número 38 en mi pecho pegado con “Soldimix”, cerca de mi corazón valiente e inocente. 

 Empecé a correr a mi mayor velocidad para batir mi record que no existía. Mi juventud de 24’s atrevidamente así me lo permitía <<pensaba yo>>. Atravesé la ciudad hasta su otra punta, con la montaña Naiguatá de testigo y la locura deportiva llena de inexperiencia y falta de todo, lo que lamentablemente empezó irremediablemente a pasarme factura.

  ¡Los 42.195 metros a recorrer se volvieron utopía! Ya por los confines del kilometro no se cual, muy cercano a la meta, un breve “ike” descanso, impidió que me pudiese volver a levantar. Mis piernas parecían el flan de mi madre y no volví a verticalizarme en el lugar, imposibilitado por mi organismo débil y lesionado. Mi hermano en su ambulancia motística me auxilió y ahí en ese momento, sin enterarme, estampé mi firma en el contrato de la <<deuda a pagar>>.

 31 años de deuda después, en el 2013, a los 56 años y ya con tres muchachos encima, mi orgullosa hija mayor sin querer, me motivó a volver a correr. Ella se atrevió por cosas del destino no planificado, a competir en una media maratón en la misma ciudad. Al terminar muy orgullosamente escribió este “mini relato”:


Mi primera carrera


Decidir enfrentarse al reto, prepararse, y al llegar el día enfrentarlo con valentía. Por momentos dudaste, pero una vez allí la confianza se apodera de ti. Cada entrenamiento, cada gota de sudor, cada esfuerzo realizado confluyen allí, haciéndote capaz, haciéndote ganador.

Sientes la hermosa vibra de todas esas almas con una meta común, en paz, en unión; se muestra lo mejor del ser humano, sacas lo mejor de ti.

Conscientemente allí, sólo en ese momento, no hay pasado, no hay futuro, solo tú corriendo. Se detiene el mundo, el tiempo y tus pensamientos, solo existes, solo eres, y es magnífico.

Saber que puedes, respirar, disfrutar y conectarte con esa energía que te impulsa, que te da fuerza y valentía. No compites contra el mundo, compites contra ti mismo, contra tus miedos, contra tus límites, contra tus prejuicios, contra tus “no puedo”.

Una experiencia llena de euforia, motivación e inmensa satisfacción, que definitivamente marca un antes y un después en la vida de una persona; que te hace cruzar la meta con lágrimas en los ojos, porque te da la certeza de que lo puedes todo, de que sólo depende de ti, y de que el cielo es el límite.  Una vivencia que te deja con ganas de más, que te deja sediento de experiencias, de adrenalina y de asfalto.



 Ese bello domingo, recibí orgullosamente a mi hija en la llegada de la media maratón y curiosamente en una vía paralela también entraban los corredores del maratón. Veía llegar personas dobladas, otras llorando, cojeando, adoloridas; pero lo que más llamó mi atención fue un maratonista que a 10 metros de mi ubicación regaño a su hijo diciéndole:

  !hijo! tengo 67 años y acabo de correr un maratón, eres un vago. Por cosas del destino, mi subconsciente resultó ser el regañado…

 Luego de la reprimenda, al día siguiente pues, con mis pesados 92 kilos al lomo, con escarmiento encima y con esa clase de motivación, me propuse correr mi segundo maratón, pero esta vez sí, con todas las herramientas teóricas y prácticas posibles de bandera.

 Empecé entrenando los 3 kilómetros, eso sí la mitad caminando y la otra trotando a paso de tortuga coja.

 Continué descubriendo, con el apoyo de gente experimentada, que se requerían de 18 semanas de entrenamiento para poder prepararse para correr este tipo de evento, sin quedarse moribundo en el asfalto.

 Con mucho entrenamiento y <<perseverancia>>, a los meses corrí mis primeros 10 kilómetros. Luego llegó mi primera carrera de 13 Kilómetros, para más adelante poder correr mi primera  media maratón, que ya generaba otras sensaciones de dificultad.

 Ya en el año 2014 estaba preparado para correr el maratón, pero a una semana de la partida se vio suspendido por dificultades de orden público en la ciudad, lo que generó que la <<deuda a pagar>> siguiera en su mismo estatus.

 Pero en el 2015, 33 años después como todo lo que es del cura va pa´ la iglesia, y luego de volver a entrenar otras 18 semanas, pues se me apareció la hora de la verdad.

 —¡Y llegó el día esperado! El gran madrugonazo, con doce kilos menos, a las tres de la mañana, y nervios al por mayor.

 Equipamiento cual cardenal de la curia, ordenando desde la noche anterior, orgulloso dorsal 909, tostadas con mantequilla, café para incentivar, hidratación, geles energéticos, sudaderas, reloj satelital, zapatillas supinadoras “Saucony”.

 Todo listo para  pagar la deuda. Para rematar, con la mejor posible compañía de mayor motivación, de la mano de mi hija como compañera de ruta, para darme más energía que diez baldes de gatorade del súper tazón.

 Los corrales nos ordenaban como a caballos pura sangre y nos hacían parecer rebaños multicolores, multirraciales, multiedades, multiatléticos. Cada quien concentrado cantando el:

 —“Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó”… ¡Los pelitos del antebrazo se erizaron!

 — ¡Listo! Partida…

La primera etapa de euforia nos envolvió de emociones hasta el kilometro cinco cuando empezó la etapa conversacional. A todos tus nuevos amigos del alma le contabas tus emociones y tu vida hasta los límites del kilometro quince.

  Desde el dieciséis con la etapa transición la cosa empezaba a tornarse seria. <<El monstruo te empezaba a mostrar los dientes>>, para luego en el  veinticinco al entrar en la etapa  latente veías la dentadura completa de la fiera celosa de su cría atacada.

 —Y llegaste a donde te habías preparado. A la hora de la verdad…

 Algunos la llaman —sufrimiento, otros la denominan “the wall”. Llámenla como la llamen, pues te llegó la hora chiquitica, la hora del valiente, del que le — “tiene que echarle un cerro”. Es el momento donde tu yo y tu mente, se enfrentan, rivalizan, se convierten en gladiadores del Coliseo, en luchadores del octágono de UFC, en grandes boxeadores en el “ring”, — que se muerden hasta las orejas como Mike Tyson a Evander Holyfield en 1997.

  En ese mismo momento tu mente preparada, —pues detiene todo mal pensamiento, somete a sus diablos, y sigue paso a paso, metro a metro, gota a gota, a 44 grados de sensación térmica hasta la meta.

La gran lección aprendida de las nombradas etapas:

—Para llegar al 32, cuerpo; para seguir al 40, mente; hasta el 42,195, puro corazón

 Con mis últimas lentas brazadas, con mi cadencia golpeada, deshidratado y extenuado, crucé el arco de la Meta. — Con mi medalla en mi pecho, lloré y por supuesto esperé a mi sudorosa hija bella, con la cual 20 minutos más tarde, dándonos un abrazo fraternal y deportivo, juntos fuimos a depositar en el cajero mayor el importe de la <<deuda pagada>> —más los intereses de mora acumulados. — Eso sí, en morocotas de oro


Escrito por:
Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela.
Patricia Alamo Rodriguez. Claremorris - Irlanda
Instagram: @juanraulalamo  
Twitter: @juanraulalamo
Facebook Juan Raul Alamo
Blog: juanraulalamo.blogspot.com
14 de agosto de 2019

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