DEUDA PAGADA
Fueron 33 años de espera, —era imposible no llegar—, así fuera “reptando” y con todos los
dolores, se hacía imposible no terminar la osadía.
Y al estar en las cercanías de la meta, mi dermis y epidermis sudando hacia adentro
y afuera, comenzaron a tener textura de “piel de gallina”, aparecieron las
mariposas en mi estomago y mi mente se “orgasmizó” hasta llegar al éxtasis.
El calor era insoportable, fue un
día de 44 grados centígrados de sensación térmica. Así como sí el mismísimo diablo,
nos hubiera acompañado desde una de sus pailas
del infierno.
Los últimos 500´s metros se
parecieron a la entrada al cielo,
pero totalmente vivo y a sabiendas de que se estaba a punto de pagar una cuenta morosa y de larga data, una
deuda cuyo acreedor era el peor de todos los existentes, que personificaba el
implacable superyó - el uno mismo -.
Definitivamente
fue un momento de sosiego y satisfacción que me catapultó a mi humilde eternidad...
Era el año 82, no me acuerdo el por
qué y de donde y que anofeles me
picó, para que se me ocurrió correr un
maratón. Creo que nadie más que yo intervino en la toma de esta decisión, pues
a mi me tenia atormentado tantos años estudiando y como que necesitaba una ruta
de escape para “drogarme” de endorfinas y llenarme de retos diferentes.
Ya hacía 95 años desde que se corrió
el primer maratón de la era moderna en Boston y solo 15 años de la proeza, cuando
Katherine Switzer, — la primera mujer atrevida y osada en la ciudad de Harvard—, corrió contra el reglamento burlando a
los alguaciles, policías y árbitros y bañó con jugo de carácter, la discriminación sexual de la época, llegando a
la meta disfrazada de “runner”.
Eran los tiempos en que por primera
vez las palabras “aeróbico” y “anaeróbico” se pusieron en boga. Cuando Jane Fonda trajo la moda de los videos
sudorosos por MTV, donde las licras pegajosas y las sudaderas en la frente,
acompañaban a su tribu. Pocos años tenía la moda de hacer deporte de forma
masiva. Todo el mundo corría, saltaba, bailaba, brincaba…zapateaba. Gordos,
flacos, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, a todos nos dio la locura de sudar
hasta que la camisa se te pegara al
esternón y —los ojos te
lloraban del picor del sudor.
Era el momento en que Freddy Mercury
y sus panas de <<The Queen>>
nos pusieron a cantar a todos — “we are the champions” — y nos hicieron
brotar el campeón que todos llevamos dentro.
Pues entonces, sin mayores
conocimientos teóricos, empecé a entrenar solo, con mis Adidas azules viejos en mis pies y con mi abundante amiga voluntad. Corría todos los días
como <<el despistado Forrest Gump, sin apoyo de Bubba de Alabama>>.
De aquí para allá, y de allá para acá, pues Garmin
todavía no se había conectado a los satélites para decirnos cuanto se había recorrido
en el entrenamiento improvisado. A veces, si tenía gasolina, en mi Fiat 125
especial azul cielo de 5 velocidades, hacia el recorrido con antelación, para
sacar la cuenta.
La correcta hidratación, los geles,
las medias de presión, la zapatilla adecuada, la correcta alimentación, el IPod
y los audífonos de bluetooth
brillaban por su ausencia. —La
técnica estaba perdida en la ruta...
—Hasta que llegó el día de mi primer maratón, sin
saber en qué clase de lio me había metido…
Mi hermano —el
que me llevó mil veces al oculista, en su Yamaha 250 negra, me trasladó al oeste de la ciudad. Estaba
amaneciendo en el punto de Salida, —donde oíamos a lo lejos el rugido de los leones del Zoológico, no sin antes
haberme colocado mi dorsal número 38 en mi pecho pegado con “Soldimix”, cerca
de mi corazón valiente e inocente.
Empecé a correr a mi mayor velocidad para
batir mi record que no existía. Mi juventud de 24’s atrevidamente así me lo
permitía <<pensaba yo>>. Atravesé la ciudad hasta su otra punta,
con la montaña Naiguatá de testigo y la locura deportiva llena de inexperiencia
y falta de todo, lo que lamentablemente empezó irremediablemente a pasarme factura.
—¡Los 42.195 metros a recorrer se volvieron utopía!
Ya por los confines del kilometro no se cual, muy cercano a la meta, un breve
“ike” descanso, impidió que me pudiese volver a levantar. Mis piernas parecían
el flan de mi madre y no volví a verticalizarme en el lugar,
imposibilitado por mi organismo débil y lesionado. Mi hermano en su ambulancia motística me auxilió y ahí en
ese momento, sin enterarme, estampé mi firma en el contrato de la <<deuda a pagar>>.
31 años de deuda después, en el
2013, a los 56 años y ya con tres
muchachos encima, mi orgullosa hija mayor sin querer, me motivó a volver a
correr. Ella se atrevió por cosas del destino no planificado, a competir en una
media maratón en la misma ciudad. Al terminar muy orgullosamente escribió este
“mini relato”:
Mi primera carrera
Decidir enfrentarse al reto, prepararse, y al llegar el día enfrentarlo con valentía. Por momentos dudaste, pero una vez allí la confianza se apodera de ti. Cada entrenamiento, cada gota de sudor, cada esfuerzo realizado confluyen allí, haciéndote capaz, haciéndote ganador.
Sientes la hermosa vibra de todas esas almas con una meta común, en
paz, en unión; se muestra lo mejor del ser humano, sacas lo mejor de ti.
Conscientemente allí, sólo en ese momento, no hay pasado, no hay
futuro, solo tú corriendo. Se detiene el mundo, el tiempo y tus pensamientos,
solo existes, solo eres, y es
magnífico.
Saber que puedes, respirar, disfrutar y conectarte con esa energía que
te impulsa, que te da fuerza y valentía. No compites contra el mundo, compites
contra ti mismo, contra tus miedos, contra tus límites, contra tus prejuicios,
contra tus “no puedo”.
Una experiencia llena de euforia, motivación e inmensa satisfacción,
que definitivamente marca un antes y un después en la vida de una persona; que
te hace cruzar la meta con lágrimas en los ojos, porque te da la certeza de que
lo puedes todo, de que sólo depende de ti, y de que el cielo es el límite. Una vivencia que te deja con ganas de más,
que te deja sediento de experiencias, de adrenalina y de asfalto.
Ese bello domingo, recibí
orgullosamente a mi hija en la llegada de la media maratón y curiosamente en
una vía paralela también entraban los corredores del maratón. Veía llegar
personas dobladas, otras llorando, cojeando, adoloridas; pero lo que más llamó
mi atención fue un maratonista que a 10 metros de mi ubicación regaño a su hijo
diciéndole:
—!hijo! —tengo 67 años y acabo de correr un maratón, eres un vago. —Por cosas del destino, mi subconsciente
resultó ser el regañado…
Luego de la reprimenda, al día siguiente pues, con mis pesados 92 kilos al lomo,
con escarmiento encima y con esa clase de motivación, me propuse correr mi
segundo maratón, pero esta vez sí, con todas las herramientas teóricas y prácticas
posibles de bandera.
Empecé entrenando los 3 kilómetros,
eso sí la mitad caminando y la otra trotando a paso de tortuga coja.
Continué descubriendo, con el apoyo
de gente experimentada, que se requerían de 18 semanas de entrenamiento para
poder prepararse para correr este tipo de evento, sin quedarse moribundo en el asfalto.
Con mucho entrenamiento y <<perseverancia>>, a los meses corrí mis primeros 10 kilómetros.
Luego llegó mi primera carrera de 13 Kilómetros, para más adelante poder correr
mi primera media maratón, que ya
generaba otras sensaciones de dificultad.
Ya en el año 2014 estaba preparado
para correr el maratón, pero a una semana de la partida se vio suspendido por
dificultades de orden público en la ciudad, lo que generó que la <<deuda a pagar>> siguiera en su
mismo estatus.
Pero en el 2015, 33 años después
como —todo lo que es del cura
va pa´ la iglesia—, y luego
de volver a entrenar otras 18 semanas, pues se me apareció la hora de la verdad.
—¡Y llegó el día esperado! —El gran madrugonazo, con doce kilos menos, a las tres de la mañana, y nervios
al por mayor.
Equipamiento cual —cardenal de la curia, ordenando desde la noche anterior, orgulloso
dorsal 909, tostadas con mantequilla, café para incentivar, hidratación, geles
energéticos, sudaderas, reloj satelital, zapatillas supinadoras “Saucony”.
Todo listo para pagar la deuda. Para rematar, con la
mejor posible compañía de mayor motivación, de la mano de mi hija como
compañera de ruta, para darme más energía que diez baldes de gatorade del súper tazón.
Los corrales nos ordenaban como a caballos pura sangre y nos hacían
parecer rebaños multicolores, multirraciales, multiedades, multiatléticos. Cada
quien concentrado cantando el:
—“Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó”… —¡Los pelitos del antebrazo se erizaron!
— ¡Listo! —Partida…
La primera etapa de —euforia nos envolvió de emociones hasta el kilometro
cinco cuando empezó la etapa —conversacional.
A todos tus nuevos
amigos del alma le contabas tus emociones y tu vida hasta los límites del
kilometro quince.
Desde el dieciséis con la etapa —transición la cosa empezaba a tornarse seria. <<El monstruo
te empezaba a mostrar los dientes>>,
para luego en el veinticinco al entrar
en la etapa —latente veías la
dentadura completa de la —fiera celosa de su cría atacada.
—Y llegaste a donde te habías
preparado. A la hora de la verdad…
Algunos la llaman —sufrimiento, otros la
denominan “the wall”. Llámenla como la llamen, pues te llegó la hora chiquitica,
la hora del valiente, del que le — “tiene que echarle un cerro”. Es el momento
donde tu yo y tu mente, se enfrentan, rivalizan, se convierten en gladiadores
del Coliseo, en luchadores del octágono de UFC, en grandes boxeadores en el
“ring”, — que se muerden hasta las orejas como Mike Tyson a Evander Holyfield
en 1997.
En ese mismo momento tu mente preparada, —pues
detiene todo mal pensamiento, somete a sus diablos, y sigue paso a paso, metro
a metro, gota a gota, a 44 grados de sensación térmica hasta la meta.
La gran lección aprendida de las nombradas
etapas:
—Para llegar al 32, cuerpo; para seguir al 40, mente; hasta el 42,195, puro corazón…
Con mis últimas lentas brazadas, con mi cadencia
golpeada, deshidratado y extenuado, crucé el arco de la Meta. — Con mi medalla
en mi pecho, lloré y por supuesto esperé a mi sudorosa hija bella, con la cual
20 minutos más tarde, dándonos un abrazo fraternal y deportivo, juntos fuimos a
depositar en el cajero mayor el
importe de la <<deuda pagada>>
—más los intereses de mora acumulados. — Eso sí, en morocotas de oro…
Escrito por:
Juan Raul Alamo Lima. Caracas -
Venezuela.
Patricia Alamo Rodriguez.
Claremorris - Irlanda
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Twitter: @juanraulalamo
Facebook Juan Raul Alamo
Blog: juanraulalamo.blogspot.com
14 de agosto de 2019
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