EL AVIÓN Y
SU AMIGO
Me
llamo <<Vintage>>, ¡soy un
avión viejo pero atrevido! Me diseñaron y construyeron con cariño y buena
mano; he volado muy alto en los cielos de Dios…
Era el año 1975, ¡estábamos
en emergencia! hacía muy mal tiempo ese día, los vientos borrascosos estaban desestabilizando
mi vuelo, la pista de aterrizaje no se observaba en el horizonte, — los nervios “come
uñas” apuntaban hacia un posible desenlace fatal. Las vibraciones lastimaban
mi fuselaje, mi tren de aterrizaje
esperaba el contacto con tierra para humear los cauchos friccionados. —El “Mayday, mayday, mayday” había sido puesto en acción, el personaje
de la torre de control no contestaba, estaba a muy baja altura sobre montañas encrespadas; todo se vislumbraba hacia
un desastre total…
Me fabricaron con una muy buena ingeniería. Los
mejores ingenieros aeronáuticos egresados del Massachusetts Institute of Technology, crearon mi diseño basado en
las teorías de “Dinámica de Fluidos” que,
en el siglo XVI en la ciudad de Basilea en Suiza, creara el matemático Daniel
Bernoulli, —que
se lució descubriendo los principios fundamentales de la hidráulica, la hidrodinámica y la elasticidad que me permiten
volar, en los cielos azules eternos.
Tenía una excelente aerodinámica y una magnifica
potencia en mi motor de pistón y combustión interna, que me permitía despegar
en pistas muy cortas y abruptas, para que mi sustentabilidad me permitiera
volar a bajas o altas velocidades, —con la majestuosidad de un Cóndor sobre los
grandes riscos de la Cordillera de los Andes—
Como toda aeronave, cuento con un robusto fuselaje, una buena superficie de
sustentación con mis gloriosas alas, excelentes bordes de ataque, ¡que decir de
mis “spoilers, flaps y slats”!. Mi
timón de buena superficie de control y mis alerones
de superficies móviles me permite navegar, con un buen coeficiente de
planeo y un mejor ángulo de ataque, —inclusive con alabeos o cabeceos hacia donde los destinos lo permitan y eviten la
Ley de la Gravedad que tantos daños ha generado a la historia de la aviación,
que solo ha estado con nosotros desde hace 120 años gracias a Leonardo Da Vinci que allá en Italia en 1488 dibujó y diseñó los
planos de la primera máquina voladora; y a los fabricantes de bicicletas —los hermanos Wright en Norte América en 1903 a principios
del siglo XX—
Soy de color anaranjado, (como la “naranja mecánica del 74”), con unas rayas negras gruesas
y finas que me dan un efecto “vintage”
(quizás por ello es que me bautizaron
así), que muestra orgullosamente mi edad. —Tengo una bella hélice de aluminio reforzado,
que se conecta al potente motor marca OS modelo 703, que, alimentado con
gasolina de alto octanaje, genera una excelente potencia que me lleva a los
altos cielos en un ¡2 x 3!, —haciéndome sentir más
contento que un águila de cabeza blanca
de esas que salen en banderas nacionales.
¡Tengo
una muy buena estirpe! pues mis predecesores, ¡los más valientes! Han logrado muchas proezas como: —Los que volaron entre
1914 y 1918 en la primera guerra mundial, cuando el piloto alemán Manfred
von Richthofen (el “Barón Rojo”)
en un Fokker Dr.1 triplano, hizo
desastres al derribar ochenta aeroplanos enemigos de las potencias centrales de
la Triple Alianza de Alemania, y el Imperio Austrohúngaro. Qué decir del —el Spirit of St. Louis, que junto
con Charles August Lindbergh
cuando atravesó por primera vez el
Océano Atlántico entre Long Island y Paris
en 32 horas y 32 minutos, el 21 de mayo de 1927, demostrando que si se podía hacer grandes hazañas
con los de mi tipo.—Hasta en 1937 una bella y muy valiente damisela norteamericana llamada Amelia
Earhart , se le puso entre “ceja y
ceja” dar la vuelta al mundo en un avión y no se supo más de ella cuando su
vuelo se encontraba en el vasto Océano Índico.
Mi pedigrí también proviene de cuando veloces aviones
americanos e ingleses sobrevolaron nuevamente entre 1939 y 1945 a Alemania,
Italia y Japón en la segunda guerra mundial para darle el triunfo a los “aliados”, —evitando así la proliferación de la locura de
Adolph Hitler; y —qué decir de cuando me fueron perfeccionando por tantos otros conflictos
bélicos y tiempos de paz, para transportar con seguridad a tantos seres humanos
por todos los confines de la tierra.
Hasta que el 16 de julio de 1969, con tan solo
60 años de nacida la industria de la aviación y de la mano precisa del genio Neil Armstrong llegamos a la Luna, pero
esta vez en forma de cohete en el Apolo 11 y su módulo lunar.
Volviendo a la historia de la emergencia, ese día junto con mi buen piloto
nos levantamos muy temprano, llegamos al aeropuerto, abastecimos de buena
gasolina, revisamos la bujía, los fluidos del motor y el fuselaje. —No generamos “plan de vuelo oficial”, pues despegamos
de una pista clandestina—, mimetizada con la naturaleza, como esas que usaron en Medellín en los
tiempos de Pablo Escobar. Todo iba
muy bien, hasta que en la lejanía observé unos “cumulo nimbos” muy oscuros del tamaño de un pueblo, llenos de
relámpagos que los iluminaban como lámpara
de acetileno en el horizonte, en algunos momentos rayos que llegaban hasta
el suelo con muchas ramificaciones como los del Relámpago del Catatumbo. De repente me encontré
en el espesor gris que me quitó totalmente la visibilidad, la orientación, la
claridad de mis pensamientos, que dejaron de ser azules, pasaron a ser grises y
desaparecieron en el acto. El norte era mismo que el sur, que el este y el
oeste; solo sabía que había un destino en tierra en algún momento. Hasta ya
desconocía la altitud de la nubosidad. !Pensé
que era el final, gritábamos y rezábamos!
¡Pero yo sabía que no estaba solo!, mi gran
amigo en tierra con su radio control Futaba,
de 75.64 MHz de frecuencia, con su ondeante bandera blanca/verde y sus 6
canales, con sus firmes y táctiles “pulgares”,
operándome desde tierra a mi acelerador con su zurdo izquierdo y mi movilidad con su diestro derecho. —Se llenó de inspiración, y aun sin lograr verme
en algunos instantes supo traerme a buen destino. Con daños severos, algunas
gotas de lluvia en mi fuselaje y con altas rasgaduras generadas por el frío granizo
que golpeó a mi papel protector de mi ala principal.
Yo nunca perdí la fe en que era inevitable
llegar, y dije: ¡al mal tiempo buena
cara! Estaba claro que el padre de mi amigo le enseñó que: ¡el buen capitán se ve en la tormenta! Y
que estaba en un vuelo de bello gris, bajando como roca por despeñadero, como gota de lluvia cristalina, como copo de nieve octogonal. —Y de repente, ¡la nube quedó en su verticalidad!;
apareció la vida, lo conocido, la naturaleza, las cumbres, el pueblo, la costa
y el mar con sus olas que me dijeron gracias por estar con nosotros.
Mi
amigo (como todos los grandes amigos)
resolvió mi destino, y yo sabía que de su mano lograría mi salvación. —Yo no era como “El pájaro que estaba en una jaula que no sabía lo que significaba la libertad”.
Nunca nos
dimos por vencido en la “búsqueda de mi
retorno”, me abrace a mis creencias y mis ilusiones… —¡hicimos nuestro propio milagro! Eso si — aunque con los cauchos pinchados…
Escrito por: Juan Raul Alamo Lima. Caracas -
Venezuela. | Categoría: Cuento
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06 de septiembre de 2019
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