miércoles, 31 de julio de 2019



ESTELAS DE UN MOTERO FELIZ

Érase cincuenta años atrás, en algún lugar de Venezuela, en una  desierta  cancha de baloncesto, cuando un adolescente de 12 años tuvo por primera vez el placer de conducir una motocicleta, rodó una Vespa 150 cc. Vueltas infinitas recorrió entre cestas y cestas, y en el  mismo momento se forjó una pasión que he permanecido por 50 años, pues le llenó su mente y su cuerpo y lo enamoró para toda su vida y le bautizó en el acto en MOTERO.
A principios de los 70´s, pocos tiempo  después, su hermano menor le heredó  una Yamaha 100 de calle, que fue poco a poco modificada, para practicar rutas de montaña; tacos en cauchos, pesos eliminados, parafangos acrílicos, tracciones mejoradas y escapes libres con mucho ruido, generaron mayores potencias y adrenalinas e invitaron a escalar empinadas cuestas y demostrar que la zona de confort no era lo de él.
Con el paso del tiempo la aventura lo llamaba y aumentó la escala a labores más arriesgadas con la Enduro 250 CC de su hermano mayor. En las montañas de circunvecinas, exploró “trochas” y senderos, llenos de inclinaciones, tierra, curvas, piedras, arboles y hojas. Un día de mucha lluvia, exactamente el sábado 14 de septiembre de 1974, en las riveras de un Rio llamado Tusmare, un gran ruido se oyó aguas arriba, y acto seguido una inundación creció el caudal y quedó atrapado en medio de las aguas, para  pocos minutos después, ellas bravas lo arrastraran. Su vida solo Dios la pudo salvar, un árbol caído en medio de la corriente le permitió sujetarse 200 mts rio abajo, a pesar que La moto nunca fue encontrada.
A finales de los 70´s llego la época de universidades, de traslados necesarios para poder conseguir el objetivo académico. La nueva experiencia era pura velocidad, la Yamaha 2 tiempos 350 cc expropiedad de un piloto de carreras, además lo invitó a experimentar rutas largas  y aprender a manejar en caminos sinuosos. Cosas del destino, un nuevo accidente lo estaba esperando, más tarde o más temprano la moto lo lleva al suelo y esta vez fue la sorpresa de material asfaltico, no divisado y olvidado en el hombrillo de una autopista, lo que  lo disparó por los aires y salvó su vida, nuevamente Dios mediante  y su casco que le cedió un manto protector.
A principio de los 80´s los momentos  de Deporte Extremo llegaron, el Paracaídas sujetado con tirantes hizo la de  copiloto, lo acompañaba siempre en su “dos ruedas” al aeródromo durante 37 oportunidades, a volar sobre las costas del Oriente en pequeñas avionetas  para en grandes alturas, volar como las aves y así recibir emociones más amplias y riesgosas, en  cielos fríos, de inolvidables azules y abiertos.
Más tarde en los mediados  80`s, al MOTERO le llegó el “amor verdadero”, una linda damisela que nunca había probado las mieles del  “Viento en la cara”, le profundizo su relación y  tatuó amor adrenalítico para toda la vida, pues en  un momento nocturno, para que el intenso amor que no lo dejaba concentrase en el aula de clases universitaria, lo invitara  recorrer 40 kms de distancia,  a velocidades de altura a preguntarle si lo aceptaba como alma gemela para toda la vida, lo cual ella aceptó.
En menos de 5 años y con el nacimiento de sus tres hijo, llegó la herencia de la pasión con una mini moto Honda Minitrail 50. Hijo tras hijo, paseos tras paseo, en calles, playas, arenales, llenaron sus mentes infantiles con la briza en la cara, el olor a gasolina, el calor del motor y las vibraciones, lo cual fue inolvidable.
Durante el final de la última década de siglo XX y principios del XXI, una Vespa 150 llegó a su existencia para rememorar su origen, 20 años atrás.
Ya en el siglo XXI experimentó nuevamente la montaña; primero en una ATV  Quad Yamaha 400 de 4 ruedas y luego en una enduro KTM 250 cc, hasta que reconoció que su edad podría limitar las exigencias de tan duro deporte extremo pues estuvo a punto, en el año 2011 de quedarse inmerso en el cansancio en una “trocha” llamada Miguel, en solitario durante nuevamente en un día de lluvia.
En 2014 luego de mucho andar le llegó a su sueño de toda la vida, el detentar una nave de alta cilindrada, pues una Benelli Trek 1130, llenó su vida de potencia no percibida,  paisajes, compartires con personas de su misma pasión, rutas playeras y montañosas recorridas.
Ya en 2019, luego de 40 años sin que le ocurriera, le tocó rememorar lo que siempre la moto conlleva y es que mas tarde o más temprano “el suelo te llama” y hasta algo tan simple como el moho verde en un pequeño pozo de carretera, te mueve la rueda y te deja sin el preciado equilibro que obliga el manejar moto segura.
Hay muchos tipos de  MOTEROS:  de ruta, de montañas, de aventuras, de racing, de motocross, de Trial, de diligencias de trabajo, de Ciudad, extraurbanos, extra territoriales, de Ríos, de Llanos y de desiertos.
La vida le dio muchos títulos al personaje feliz de este cuento: el de Bachiller, el de  Ingeniero, el de Magister, el de Asegurador, de Corredor de Reaseguro, el de Karateca, el de Arquitecto de Sistemas, el de “Runner”  y otros tantos, pero ninguno lo idéntifica más con lo que es de MOTERO…
Con tantas experiencias cabalgando en el “Caballo de Hierro”, la moraleja de EL MOTERO es la siguiente: “ Nada te llena más tu existencia que la libertad de un MOTERO, ella te otorga el disfrute de los aires en tu rostro, las vibraciones en tu cuerpo, la adrenalina en tu mente y la paz en tu alma”.

Escrito por: Juan Raul Alamo Lima, 01 de julio de 2019. Caracas - Venezuela.
Última revisión: 20 de julio de 2019
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