El RÍO Y LA DECISIÓN
¡El rumor del silencioso RÍO nos sorprendió a todos, en el meandro sinuoso
RÍO arriba, de repente apareció sin avisar un ola que nos dejo sin aliento. —Cinco
motos en medio del cauce estaban en emergencia con el peligro de ser
arrastradas por el aumento caudaloso y repentino de la madre naturaleza, ¡nuestras vidas estuvieron a prueba!,
las ¡decisiones! a tomar eran de
relevancia y de ello dependía la vida o la muerte de un grupo de jóvenes
aventureros.
A este deporte, algunos lo llaman “Enduro”, otros “campo traviesa”. Se trata de un “hobbie” que se practica en muchos países del planeta y que
consiste en atravesar en moto con cauchos especiales (tacos), todo tipo de
montañas con veredas estrechas (normalmente preparadas para personas o
animales), llenas de tierra, piedras y con inclinaciones que dificultan y
generan una adrenalina que emociona al motero de la “trocha”.
La pasión por practicar este tipo de deporte
genera una alta exigencia física y mental, bellas aventuras, amistad y
solidaridad entre sus participantes, lo que lo hace muy motivador y aventurero,
generando así un contacto directo con la naturaleza que entrega experiencias
sin igual.
Desde muy joven, el deporte de las dos ruedas
se adueñó de mis preferencias. —El ruido, la velocidad, el humo, el compañerismo, el paisajismo, el
riesgo y la adrenalina generaban altos retos que me llenaban el alma de pasión
y entrega.
¡Era un
sábado cualquiera!; luego de muchas anteriores
experiencias, sin planificación previa, en un 14 de septiembre de 1974, a mis
16´s primaveras, cuando se nos ocurrió a cinco amigos, cada uno con su
respectiva motocicleta Enduro, partir a las 2 de la tarde y luego de abastecer
los tanques de gasolina, a disfrutar una experiencia en las montañas de un
sector denominado La Unión, en el Municipio el Hatillo ,en las cercanías de
Caracas-Venezuela.
¡Luego
de dejar a la civilización atrás!, empezamos a bajar
un sendero de mediana dificultad que nos llevó hasta la quebrada denominada
“Tusmare”, cuyo cauce normal no sobrepasa los 40 centímetros de altura en sus
aguas —y sus anchos llegan a tener en algunos lugares entre 10 y 15 metros, lo
que lo torna una quebrada (riachuelo) de baja peligrosidad en dichas
condiciones ambientales.
Las motos atravesaron sin mayor contratiempo el
cauce de la quebrada, para atacar de subida
la ladera del frente de la cordillera y así empezar a subir nuevamente la
montaña, —para de esta forma llegar al poblado rural denominado “Sabaneta”
y nuevamente (ya en vías asfaltadas), llegar a nuestras residencias en teoría,
sin mayores complicaciones.
¡En medio de la subida empezaron las dificultades! Comenzó a “garuar” y el
terreno empezó a hacerse cada vez más resbaloso, aunado a que el sendero estaba
muy deteriorado por la temporada de lluvias venezolana y lo había agrietado
haciendo canales en su centro, que
generaba que las ruedas de las motos cayeran en dichas grietas y en muchos
momentos había que parar la actividad para extraer las naves y proseguir la
travesía. —Sudores y más sudores, esfuerzos y más esfuerzos durante la escalada,
generó que uno de los cinco moteros, quebrara su fortaleza física y mental y
sin consenso previo, se devolvió hacia el rio en solitario. En solidaridad los
otros cuatro, luego de una “mini junta”
procedimos a no dejar solo en su dificultad al motero desertor.
¡la lluvia empezó a arreciar! Al
regresar al río, apagamos las motos para descansar, cuatro de ellas en las
orillas y la mía en un montículo que se
encontraba a un cuarto de la orilla izquierda por donde bajamos originalmente a
la quebrada Tusmare.
Era ya el final de
la tarde y de repente y sin previo aviso, se empezó a oír en la lejanía un
ruido (pensando que era más lluvia) no común que iba en ascenso hasta
convertirse en el “rugido de un león
mitológico”. —En menos de 10 segundos en el meandro superior apareció una
ola que aumentó el cauce y volumen de la quebrada transmutando en el acto a
RÍO, que nos llenó de sorpresa, adrenalina y decisiones a tomar.
Las tres motos más cercanas a las orillas fueron
retiradas sin mayores contratiempos. Encima
de la que yo estaba conduciendo, una Yamaha Enduro 250 CC 4 tiempos del año
1972, propiedad de mi hermano mayor, vi con mucha sorpresa como empezó a
generarse un nuevo segundo cause del rio por mi lado derecho que me dejó en un
montículo o islote totalmente rodeado de agua, atrapado y sin saber cómo retirar la moto hacia una de
las orillas.
El agua seguía
creciendo y no me quedó más remedio que tomar una ¡Decisión!;
las tres más factibles en ese momento de apuro, para un joven inexperto de 16
años eran las siguientes:
1.- ¡Esperar! quedarme donde estaba hasta
que el rió amainara su caudal: La cual nunca se me ocurrió, quizás por falta de
madurez y tranquilidad mental en ese momento de alta dificultad.
2.- Tratar de sacar
la moto hacia el lado derecho por el cauce nuevo recién creado: definitivamente
eran aproximadamente 8 metros a recorrer, quizás sin mayor profundidad, lo que
tal vez habría sido una buena decisión. ¡Solo
Dios lo sabía!
3.- Tratar de sacar
la moto hacia el lado izquierdo por su cauce normal: Eran aproximadamente tres
metros y mi mente me jugó una mala pasada diciéndome ¡por aquí es!
Encendí la moto, la
apunte de forma perpendicular al río y a la orilla izquierda, aceleré a fondo y
en el mismo momento que la rueda delantera tocó la corriente. —La embestida me
empezó a llevar río abajo en un solo cuerpo flotante moto-piloto.
Parecerá mentira,
pero nunca pasó por mi mente salvar mi vida, mi inmadurez me decía que no tenía
que soltar la moto y tratar de salir en algún momento posible.
Si mis cálculos no
fallan, creo que floté aproximadamente 100 metros río abajo con la moto
agarrada a mis manos, ¡no quería perderla
pues era de mi hermano!; solo en un meandro muy pronunciado y sinuoso,
chocamos contra la orilla y en ese momento se me escapó de las manos y más
nunca la volvía a ver. En ese momento la moto me pudo haber atrapado entre sus
ruedas, lo cual no ocurrió. —
De ahí en adelante ¡El próximo reto era salir del Rio, lo cual no fue tarea fácil!
Creo que recorrí
flotando en solitario aproximadamente otros 80 metros más, en buenas
condiciones mental y física, hasta que llegué a una pequeña cascada que me
arremolinó debajo de la superficie aproximadamente durante 20 segundos (gracias
a Dios no tragué agua) y al salir a flote, la parte posterior de mi cabeza (otra
vez gracias a Dios por tener casco de protección) impactó fuertemente con un
tronco, que atravesaba el rio de lado a lado y al cual me pude abrazar y que me
permitió salir a pesar de mi cansancio y falta de oxigeno. —Ya con la vida salvada, empecé a caminar Río
arriba por su ladera y encontré a los cuatro amigos, donde pudimos conversar
sobre lo ocurrido y conocer que además de la moto que yo manejaba, otra más se
la había llevado la corriente, pero todos estábamos a salvo que era lo más
importante.
En ese momento ya
de noche, el próximo reto era subir la montaña, sin luces, agua y con la ropa
mojada, una distancia de aproximadamente tres kilómetros, lo que nos llevó por
suerte a un Seminario cristiano llamado San Pablo (Padres Paulinos), ubicado en
el sector La Unión, donde muy gentilmente nos dieron cobijo y nos permitieron
llamar a nuestros padres los que se apersonaron a la brevedad posible.
Es entendible y
recordable por mi hoy en día, el nerviosismo mutuo en el momento que llegó mi
padre; no recuerdo sus palabras dirigidas a mí al verme, lo que llevó a
contestarle de forma instantánea ¡dale
gracias a Dios que estoy vivo!, y sin medir mas palabras en el acto me amonestó
fuertemente, lo cual nunca podré olvidar sea con razón o sin razón.
A pesar de todas
las consecuencias de mis actos de ese día, Lo que sí definitivamente aprendí es
que: ¡el buen capitán se ve en la
tormenta! Como me enseñara mi padre en muchas siguientes oportunidades de mi vida.
Escrito por: Juan Raul Alamo Lima.
El Hatillo – Venezuela | Categoría: Relato
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03 de marzo de 2020
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