¡Mi Paciencia
pudo más que el rechazo! 40 horas de espera, por una oportunidad que
cambiaria mi vida.
A pesar de mi juventud, el consejo de mi padre
y la perseverancia en el momento, me hizo ser más resistente que una “roca de granito en una risco milenario”. —Sentado en unas escaleras frías con
adoquines, esperé hasta que me dieran un Sí rotundo, a riesgo de no obtenerlo,
pero a sabiendas de que ¡la fe mueve
montañas! Cada vez que el cura salía de su oficina, la sotana se le “revoloteaba”
durante mi persecución, ¡como alma que
lleva al diablo!; ya me había dicho que NO y ¡un no es no!
Rondábamos un lunes a primera hora de un día
no recordable del mes de septiembre de
1977, cuando contaba con 20 primaveras. A mis dos años de inicio de estudios
superiores había tomado la decisión de cambiar de universidad, en vista de que por la
dificultad del inicio, me atormentó un posible Índice Académico que me
impediría llevar un ritmo adecuado en el desenvolvimiento de mi carrera de
Ingeniería. —Ello me volcó a tomar la decisión de pedir cupo en la Universidad
Católica Andrés Bello de Caracas-Venezuela (UCAB), Alma Máter de la Compañía de
Jesús, que tantos años hacían vida en este país, desde la época que éramos
colonia española.
Ya había tenido la grata experiencia de haber
convivido con los “Jesuitas”, pues recibí un alto conocimiento académico y
moral, en los estudios desarrollados durante la secundaria en el Colegio San
Ignacio de Loyola de la misma ciudad.
Para poder entrar en la escuela de ingeniería
de la UCAB, tenía que convencer al Sacerdote
Adolfo Hernandez, Ingeniero Civil, maestro de novicios y guía espiritual de
seminaristas, que fungía como Decano de la Facultad de Ingeniería de dicha casa
de estudios. Logré hacer una cita, llevé mis notas certificadas, mi optimismo
de siempre y lamentablemente al no ser de altas calificaciones y por tratarse
de un traslado, de una me negó el ingreso a dicha casa de estudios superiores.
El padre Hernandez desconocía que, este
servidor tenía un arma secreta en mis manos, aposentos y mente y fue instalarme
durante una semana seguida frente a la Puerta de las oficinas del Decanato, para
seguirle insistiendo, con el debido respeto de rigor, cada vez que estuviera a
mi alcance.
Luego de muchas “escaramuzas”, finalmente a las 5 de la tarde del viernes de dicha
semana, cuando ya casi “tiraba la toalla”,
el Padre Hernandez me llamó a su oficina nuevamente y me dijo: “usted es un hombre con paciencia”, —así
que lo voy a dejar entrar a la universidad; ¡no
me vaya a dejar mal…!
Fueron muchas las materias cursadas durante la
carrera de Ingeniería Industrial, pero una de las que más me encantó durante el
ciclo Básico fue la de Geometría Descriptiva. Esta asignatura abarca un
conjunto de técnicas geométricas que permite representar el espacio
tridimensional sobre una superficie bidimensional. Era de esas materias de las ciencias que está
diseñada para abrirte el cerebro y “quemarte
las telarañas”, para hacer de los alumnos personas más inteligentes y
preparadas para el razonamiento lógico. Cuando vi Geometría Descriptiva II,
tuve la sorpresa de encontrarme nuevamente con el Padre Hernandez a quien le
pasé la asignatura con un bello 20 de calificación, iniciando así el cumpliendo
así la promesa de “no dejarlo mal”.
Trascurrieron los años y luego de muchas
asignaturas, libros, cuadernos, lápices, calculadoras, exámenes, laboratorios, exámenes,
“quizzes”, madrugonazos, ojeras y cayos en los codos, llegue a mi acto de
graduación y previo a ello tuvimos la misa de rigor, que gracias a Dios fue
dirigida por el Cura Hernandez.
El Sermón me dejó marcado de por vida, pues él
lo enfocó con la siguiente frase: “quiero
que ganen dinero durante su vida profesional, pero no tanto…”.
Afirmación muy difícil de entender, pues uno a
los 25 años y con una carrera
universitaria de pregrado encima, lo que buscas es ganar todo el dinero posible
para satisfacerte de todas las cosas habidas y por haber.
Este es un tema muy difícil de lograr consenso.
¡Hay quienes lo quieren todo!, con
inmediatez, cortoplacismo, amiguismo y a cualquier costo, priorizando el dinero
por encima de cualquier otra cosa. Ya hemos visto muchísimos ejemplos de “personajes” con familias destruidas,
dineros derrochados, vicios consumidos y muchos más pecados capitales,
acompañando vidas que normalmente nunca llegan a buen destino.
Con el paso de la vida me he dado cuenta, de
que definitivamente la solvencia financiera es muy importante para tener una
vida “amable”, más en exceso es muy
probable que nos confunda y perdamos las perspectivas para poder vivir en paz y
hacer una buena familia llena de valores y generemos un bello legado, en
felicidad que al final es lo que más vale en la vida.
En 1.984, un año después de mi Graduación de
Ingeniero, empecé mis estudios de postgrado y en paralelo encontré al amor de
mi vida y luego de 7 meses de noviazgo tuvimos el gran honor en nuestro acto
matrimonial, de disfrutar nuevamente del Sacerdote Adolfo Hernandez, quien nos administró
el Sacramento Matrimonial y gracias a él y a una excelente vida conyugal, hemos
llegado a los 36 años de casados, habiendo engendrado 3 hijos y 5 nietos a la
fecha de este escrito.
En 1.987, ya con mi primera hija nacida tuve
el inmenso honor de recibir una Maestría en Administración de Empresas en la
casa de estudios que forjó mi vida, para así dejar la frase de ¡no me vaya a dejar mal…! en los
pasillos largos, en los salones de clases llena de pupitres vacíos y a veces fríos de mi querido lugar de
formación profesional.
El tiempo pasó y lamentablemente le perdimos
la pista a esta gran persona, supimos que en algún momento de su vida fue
llevado al Vaticano por el Papa Juan Pablo II a ejercer un cargo importante
para la iglesia Católica y falleció ejerciendo sus funciones, que seguramente
las manejó con la inteligencia que le caracterizaba y le hacía ser un excelente
ser humano, que cambio la vida de un joven que le retó un día a jugar: “el que se cansa pierde”…
Escrito por: Juan Raul Alamo Lima.
El Hatillo – Venezuela | Categoría: Vivencia
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13 de marzo de 2020
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