viernes, 13 de marzo de 2020



El CURA, LA PACIENCIA Y YO

¡Mi Paciencia pudo más que el rechazo!  40 horas de espera, por una oportunidad que cambiaria mi vida.

A pesar de mi juventud, el consejo de mi padre y la perseverancia en el momento, me hizo ser más resistente que una “roca de granito en una risco milenario”.  —Sentado en unas escaleras frías con adoquines, esperé hasta que me dieran un Sí rotundo, a riesgo de no obtenerlo, pero a sabiendas de que ¡la fe mueve montañas! Cada vez que el cura salía de su oficina, la sotana se le “revoloteaba” durante mi persecución, ¡como alma que lleva al diablo!; ya me había dicho que NO y ¡un no es no!

Rondábamos un lunes a primera hora de un día no recordable del mes de  septiembre de 1977, cuando contaba con 20 primaveras. A mis dos años de inicio de estudios superiores había tomado la decisión de  cambiar de universidad, en vista de que por la dificultad del inicio, me atormentó un posible Índice Académico que me impediría llevar un ritmo adecuado en el desenvolvimiento de mi carrera de Ingeniería. —Ello me volcó a tomar la decisión de pedir cupo en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas-Venezuela (UCAB), Alma Máter de la Compañía de Jesús, que tantos años hacían vida en este país, desde la época que éramos colonia española.

Ya había tenido la grata experiencia de haber convivido con los “Jesuitas”, pues recibí un alto conocimiento académico y moral, en los estudios desarrollados durante la secundaria en el Colegio San Ignacio de Loyola de la misma ciudad.

Para poder entrar en la escuela de ingeniería de la  UCAB, tenía que convencer al Sacerdote Adolfo Hernandez, Ingeniero Civil, maestro de novicios y guía espiritual de seminaristas, que fungía como Decano de la Facultad de Ingeniería de dicha casa de estudios. Logré hacer una cita, llevé mis notas certificadas, mi optimismo de siempre y lamentablemente al no ser de altas calificaciones y por tratarse de un traslado, de una me negó el ingreso a dicha casa de estudios superiores.

El padre Hernandez desconocía que, este servidor tenía un arma secreta en mis manos, aposentos y mente y fue instalarme durante una semana seguida frente a la Puerta de las oficinas del Decanato, para seguirle insistiendo, con el debido respeto de rigor, cada vez que estuviera a mi alcance.
Luego de muchas “escaramuzas”, finalmente a las 5 de la tarde del viernes de dicha semana, cuando ya casi “tiraba la toalla”, el Padre Hernandez me llamó a su oficina nuevamente y me dijo: “usted es un hombre con paciencia”, —así que lo voy a dejar entrar a la universidad; ¡no me vaya a dejar mal…!

Fueron muchas las materias cursadas durante la carrera de Ingeniería Industrial, pero una de las que más me encantó durante el ciclo Básico fue la de Geometría Descriptiva. Esta asignatura abarca un conjunto de técnicas geométricas que permite representar el espacio tridimensional sobre una superficie bidimensional.  Era de esas materias de las ciencias que está diseñada para abrirte el cerebro y “quemarte las telarañas”, para hacer de los alumnos personas más inteligentes y preparadas para el razonamiento lógico. Cuando vi Geometría Descriptiva II, tuve la sorpresa de encontrarme nuevamente con el Padre Hernandez a quien le pasé la asignatura con un bello 20 de calificación, iniciando así el cumpliendo así la promesa  de “no dejarlo mal”.

Trascurrieron los años y luego de muchas asignaturas, libros, cuadernos, lápices, calculadoras, exámenes, laboratorios, exámenes, “quizzes”, madrugonazos, ojeras y cayos en los codos, llegue a mi acto de graduación y previo a ello tuvimos la misa de rigor, que gracias a Dios fue dirigida por el Cura Hernandez.

El Sermón me dejó marcado de por vida, pues él lo enfocó con la siguiente frase: “quiero que ganen dinero durante su vida profesional, pero no tanto…”.

Afirmación muy difícil de entender, pues uno a los 25 años y  con una carrera universitaria de pregrado encima, lo que buscas es ganar todo el dinero posible para satisfacerte de todas las cosas habidas y por haber.

Este es un tema muy difícil de lograr consenso. ¡Hay quienes lo quieren todo!, con inmediatez, cortoplacismo, amiguismo y a cualquier costo, priorizando el dinero por encima de cualquier otra cosa. Ya hemos visto muchísimos ejemplos de “personajes” con familias destruidas, dineros derrochados, vicios consumidos y muchos más pecados capitales, acompañando vidas que normalmente nunca llegan a buen destino.

Con el paso de la vida me he dado cuenta, de que definitivamente la solvencia financiera es muy importante para tener una vida “amable”, más en exceso es muy probable que nos confunda y perdamos las perspectivas para poder vivir en paz y hacer una buena familia llena de valores y generemos un bello legado, en felicidad que al final es lo que más vale en la vida.



En 1.984, un año después de mi Graduación de Ingeniero, empecé mis estudios de postgrado y en paralelo encontré al amor de mi vida y luego de 7 meses de noviazgo tuvimos el gran honor en nuestro acto matrimonial, de disfrutar nuevamente del Sacerdote Adolfo Hernandez, quien nos administró el Sacramento Matrimonial y gracias a él y a una excelente vida conyugal, hemos llegado a los 36 años de casados, habiendo engendrado 3 hijos y 5 nietos a la fecha de este escrito.

En 1.987, ya con mi primera hija nacida tuve el inmenso honor de recibir una Maestría en Administración de Empresas en la casa de estudios que forjó mi vida, para así dejar la frase de ¡no me vaya a dejar mal…! en los pasillos largos, en los salones de clases llena de pupitres vacíos  y a veces fríos de mi querido lugar de formación profesional.

El tiempo pasó y lamentablemente le perdimos la pista a esta gran persona, supimos que en algún momento de su vida fue llevado al Vaticano por el Papa Juan Pablo II a ejercer un cargo importante para la iglesia Católica y falleció ejerciendo sus funciones, que seguramente las manejó con la inteligencia que le caracterizaba y le hacía ser un excelente ser humano, que cambio la vida de un joven que le retó un día a jugar: “el que se cansa pierde”…

Escrito por: Juan Raul Alamo Lima.
El Hatillo – Venezuela | Categoría: Vivencia
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13 de marzo de 2020

martes, 3 de marzo de 2020


El RÍO Y LA DECISIÓN

¡El rumor del silencioso RÍO nos sorprendió a todos, en el meandro sinuoso RÍO arriba, de repente apareció sin avisar un ola que nos dejo sin aliento. —Cinco motos en medio del cauce estaban en emergencia con el peligro de ser arrastradas por el aumento caudaloso y repentino de la madre naturaleza, ¡nuestras vidas estuvieron a prueba!, las ¡decisiones! a tomar eran de relevancia y de ello dependía la vida o la muerte de un grupo de jóvenes aventureros.

A este deporte, algunos lo llaman “Enduro”, otros “campo traviesa”. Se trata de un “hobbie” que se practica en muchos países del planeta y que consiste en atravesar en moto con cauchos especiales (tacos), todo tipo de montañas con veredas estrechas (normalmente preparadas para personas o animales), llenas de tierra, piedras y con inclinaciones que dificultan y generan una adrenalina que emociona al motero de la “trocha”.

La pasión por practicar este tipo de deporte genera una alta exigencia física y mental, bellas aventuras, amistad y solidaridad entre sus participantes, lo que lo hace muy motivador y aventurero, generando así un contacto directo con la naturaleza que entrega experiencias sin igual. 

Desde muy joven, el deporte de las dos ruedas se adueñó de mis preferencias. —El ruido, la velocidad,  el humo, el compañerismo, el paisajismo, el riesgo y la adrenalina generaban altos retos que me llenaban el alma de pasión y entrega.

¡Era un sábado cualquiera!; luego de muchas anteriores experiencias, sin planificación previa, en un 14 de septiembre de 1974, a mis 16´s primaveras, cuando se nos ocurrió a cinco amigos, cada uno con su respectiva motocicleta Enduro, partir a las 2 de la tarde y luego de abastecer los tanques de gasolina, a disfrutar una experiencia en las montañas de un sector denominado La Unión, en el Municipio el Hatillo ,en las cercanías de Caracas-Venezuela.

¡Luego de dejar a la civilización atrás!, empezamos a bajar un sendero de mediana dificultad que nos llevó hasta la quebrada denominada “Tusmare”, cuyo cauce normal no sobrepasa los 40 centímetros de altura en sus aguas —y sus anchos llegan a tener en algunos lugares entre 10 y 15 metros, lo que lo torna una quebrada (riachuelo) de baja peligrosidad en dichas condiciones ambientales.
Las motos atravesaron sin mayor contratiempo el cauce de la quebrada,  para atacar de subida la ladera del frente de la cordillera y así empezar a subir nuevamente la montaña, —para de esta forma llegar al poblado rural denominado   “Sabaneta” y nuevamente (ya en vías asfaltadas), llegar a nuestras residencias en teoría, sin mayores complicaciones.

¡En medio de la subida empezaron las dificultades! Comenzó a “garuar” y el terreno empezó a hacerse cada vez más resbaloso, aunado a que el sendero estaba muy deteriorado por la temporada de lluvias venezolana y lo había agrietado haciendo canales en su centro,  que generaba que las ruedas de las motos cayeran en dichas grietas y en muchos momentos había que parar la actividad para extraer las naves y proseguir la travesía. —Sudores y más sudores, esfuerzos y más esfuerzos durante la escalada, generó que uno de los cinco moteros, quebrara su fortaleza física y mental y sin consenso previo, se devolvió hacia el rio en solitario. En solidaridad los otros cuatro, luego de una “mini junta” procedimos a no dejar solo en su dificultad al motero desertor.

¡la lluvia empezó a arreciar! Al regresar al río, apagamos las motos para descansar, cuatro de ellas en las orillas y la mía en un montículo  que se encontraba a un cuarto de la orilla izquierda por donde bajamos originalmente a la quebrada Tusmare. 

Era ya el final de la tarde y de repente y sin previo aviso, se empezó a oír en la lejanía un ruido (pensando que era más lluvia) no común que iba en ascenso hasta convertirse en el “rugido de un león mitológico”. —En menos de 10 segundos en el meandro superior apareció una ola que aumentó el cauce y volumen de la quebrada transmutando en el acto a RÍO, que nos llenó de sorpresa, adrenalina y decisiones a tomar.

Las  tres motos más cercanas a las orillas fueron retiradas sin mayores contratiempos.  Encima de la que yo estaba conduciendo, una Yamaha Enduro 250 CC 4 tiempos del año 1972, propiedad de mi hermano mayor, vi con mucha sorpresa como empezó a generarse un nuevo segundo cause del rio por mi lado derecho que me dejó en un montículo o islote totalmente rodeado de agua, atrapado y  sin saber cómo retirar la moto hacia una de las orillas.

El agua seguía creciendo y no me quedó más remedio que tomar una  ¡Decisión!; las tres más factibles en ese momento de apuro, para un joven inexperto de 16 años eran las siguientes:

1.- ¡Esperar! quedarme donde estaba hasta que el rió amainara su caudal: La cual nunca se me ocurrió, quizás por falta de madurez y tranquilidad mental en ese momento de alta dificultad.

2.- Tratar de sacar la moto hacia el lado derecho por el cauce nuevo recién creado: definitivamente eran aproximadamente 8 metros a recorrer, quizás sin mayor profundidad, lo que tal vez habría sido una buena decisión. ¡Solo Dios lo sabía!  

3.- Tratar de sacar la moto hacia el lado izquierdo por su cauce normal: Eran aproximadamente tres metros y mi mente me jugó una mala pasada diciéndome ¡por aquí es!

Encendí la moto, la apunte de forma perpendicular al río y a la orilla izquierda, aceleré a fondo y en el mismo momento que la rueda delantera tocó la corriente. —La embestida me empezó a llevar río abajo en un solo cuerpo flotante moto-piloto.

Parecerá mentira, pero nunca pasó por mi mente salvar mi vida, mi inmadurez me decía que no tenía que soltar la moto y tratar de salir en algún momento posible.

Si mis cálculos no fallan, creo que floté aproximadamente 100 metros río abajo con la moto agarrada a mis manos, ¡no quería perderla pues era de mi hermano!; solo en un meandro muy pronunciado y sinuoso, chocamos contra la orilla y en ese momento se me escapó de las manos y más nunca la volvía a ver. En ese momento la moto me pudo haber atrapado entre sus ruedas, lo cual no ocurrió. —
De ahí en adelante ¡El próximo reto era salir del Rio, lo cual no fue tarea fácil!

Creo que recorrí flotando en solitario aproximadamente otros 80 metros más, en buenas condiciones mental y física, hasta que llegué a una pequeña cascada que me arremolinó debajo de la superficie aproximadamente durante 20 segundos (gracias a Dios no tragué agua) y al salir a flote, la parte posterior de mi cabeza (otra vez gracias a Dios por tener casco de protección) impactó fuertemente con un tronco, que atravesaba el rio de lado a lado y al cual me pude abrazar y que me permitió salir a pesar de mi cansancio y falta de oxigeno.  —Ya con la vida salvada, empecé a caminar Río arriba por su ladera y encontré a los cuatro amigos, donde pudimos conversar sobre lo ocurrido y conocer que además de la moto que yo manejaba, otra más se la había llevado la corriente, pero todos estábamos a salvo que era lo más importante.

En ese momento ya de noche, el próximo reto era subir la montaña, sin luces, agua y con la ropa mojada, una distancia de aproximadamente tres kilómetros, lo que nos llevó por suerte a un Seminario cristiano llamado San Pablo (Padres Paulinos), ubicado en el sector La Unión, donde muy gentilmente nos dieron cobijo y nos permitieron llamar a nuestros padres los que se apersonaron a la brevedad posible.

Es entendible y recordable por mi hoy en día, el nerviosismo mutuo en el momento que llegó mi padre; no recuerdo sus palabras dirigidas a mí al verme, lo que llevó a contestarle de forma instantánea ¡dale gracias a Dios que estoy vivo!, y sin medir mas palabras en el acto me amonestó fuertemente, lo cual nunca podré olvidar sea con razón o sin razón.

A pesar de todas las consecuencias de mis actos de ese día, Lo que sí definitivamente aprendí es que: ¡el buen capitán se ve en la tormenta! Como me enseñara mi padre en muchas siguientes  oportunidades de mi vida.

Escrito por: Juan Raul Alamo Lima.
El Hatillo – Venezuela | Categoría: Relato
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03 de marzo de 2020