miércoles, 16 de diciembre de 2020

 


“LA COPA DE MI REAL MADRID”

  Y “contra viento y marea”, llegamos a la definición de la final de fútbol 7 en el campeonato de la Universidad Simón Bolívar empatados 3 a 3, al tenso momento de lanzar la tanda de penaltis para resolver quién se llevaría la Copa. Me dejaron el último lanzamiento que era el decisivo para llegar a la gloria, me concentré, observé al arquero con sus brazos extendidos viéndome fijamente a mis ojos, agarré “vuelo” de una distancia de aproximadamente 5 metros, y “chuté” con mi amenazante pierna izquierda con toda la fuerza de mi alma…

   Desde muy niño “patear” una pelota y luego el fútbol, fue mi deporte principal. En mi vida he practicado muchos; pero siempre el favorito ha sido el “deporte Rey”. Mi primer gol formal lo logré a mis 9 años, marcando en la final del campeonato infantil de los “Criollitos de Venezuela”, con los rojos del Atlético del Este, siendo el menor en edad del equipo, y de forma obligatoria acompañado con mis lentes de “carey” que corregían mi “estrabismo”, con mi pelo azabache y mi pierna “zurda”, jugando por supuesto de extremo izquierdo como ¨Gento¨ en el Real Madrid de los años 60´s.

   Mi querido padre (Q.E.P.D.), me dejó en herencia la bella afición por el mejor equipo del mundo ¡del antes, del ahora y por siempre! En los años 60´s siendo niño, mis hermanos y yo, oíamos en Venezuela, las finales por la Radio Nacional de España en un antiguo transistor RCA de “onda corta” y disfrutábamos e imaginábamos en nuestra mente, lo expresado por el narrador, en tiempos donde o no contábamos con la televisión o simplemente las transmisiones de fútbol no habían llegado a dicho medio. Igualmente mi padre, en los años 80`s, se dio a la tarea de escribirle cartas a la Presidencia del Real Madrid, manifestándole que en Venezuela existía una gran afición por el equipo y luego de muchos “dimes y diretes”, nos enviaron tanto a él como a mis hermanos y a mí, los primeros carnets identificadores de la membresía internacional que nos ha llenado de orgullo y satisfacción; y que nos otorgaban la cualidad de SIMPATIZANTE, teniendo como fin primordial el demostrar nuestra simpatía y adhesión al club, aclarando que esa cualidad excluía los derechos que tienen los socios numerarios; credencial que todavía la mantengo en nuestro “Altar” de recuerdos y colecciones de “souvenirs”.

    Muchos fueron los equipos donde siempre de forma “amateur” jugué al “Soccer” (como dirían en USA), en muchas de las etapas de mi vida combinándolo con deportes como: el judo, fútbol sala, atletismo, motocross, kárate, paracaidismo, tenis, dominadas, trabajo de gimnasio, excursionismo, “running” y muchos más, siempre con el objetivo de lograr una “mens sana in corpore sano”. Con el paso de los tiempos, pues nacieron las nuevas generaciones en la familia, que igualmente aceptaron la herencia de su abuelo, sobre adoptar como deporte favorito al balompié, con los cuales me pude reencontrar ya de adultos y practicar el llamado “fútbol 7”.

  El “Fútbol 7”, tiene muchas variantes dependiendo del país, cancha y torneo; se denomina así fundamentalmente por participar equipos de siete jugadores incluyendo su “guardameta” o “arquero”. Tiene como principales reglas; las de contar con 3 tiempos de 12 minutos, cambios ilimitados, no existía la figura del “offside” o fuera de juego, los saques de banda eran con el pie, la tarjeta amarilla te expulsaba de la cancha por 3 minutos con derecho a reingreso (eso sí, dejabas a tu equipo con uno menos), cualquier tipo de falta en el ataque en campo contrario era penado con “tiro libre directo” sin barrera, no se permitía los empates al final; y había necesariamente que ir a una tanda de penales de tres chutes por equipo o más, hasta que se desempatara. El ganador se llevaba los tres puntos y el perdedor uno solo, jugándose en una cancha de fútbol de grama natural o artificial, con proporciones físicas de menor tamaño que un campo de fútbol y mayor que el del fútbol sala.

   Pues bien; a mis casi 46 años, un poco pasado de peso, pero en buena forma mental,  física y técnica; y debido a mi fama de “definidor” (o como lo llama por aquí “cazaguire”), fui invitado por mis dos ahijados Raul y Julio, mi sobrino Cesar y sus “compinches”(Antonio, Francesco, Leonardo, Humberto, Giuseppe y Luis), con tremenda experiencia familiar, a jugar como “centro delantero”, un campeonato en la cancha de fútbol 7 de la bella Universidad Simón Bolívar (USB) en el Valle de Sartenejas en la ciudad de Caracas-Venezuela. Nuestro equipo “atrevidamente” se llamaba como el glorioso Real Madrid C.F. y orgullosamente vestíamos de blanco, con nuestras camisas estampadas de diversas tallas y versiones, que nos permitía transportarnos en nuestra mente al monumental “Santiago Bernabéu”, (donde en su museo son guardadas 13 “orejonas”, sumadas las 6 Copas de Europa de Di Estefano, Puzcas y Gento; y las 7 Champions League de Zidane, Casillas, Raul, Ramos y Cristiano),  que en algún momento de niños nos imaginamos podríamos haber llegado a él. Cada fin de semana que jugábamos, poníamos lo mejor de nosotros para ganar cada juego y así poco a poco fuimos escalando posiciones en la tabla de la liga, que duraba aproximadamente cuatro meses, donde los cuatro primeros clasificados, jugaban una semifinal y de ganarla, disputaban “La Final” del campeonato.

   Pues bien; “tanto da el cántaro a la fuente hasta que se rompe” y luego de muchos fines de semana, balones, coordinaciones, alineaciones, estrategias, charlas, árbitros, banderillas, regates, fintas, caños, chilenas, vaselinas, voleas, tacos, “driblings”, sudores, carreras, pases, chutes, barro, cal, porterías, escuadras, redes, saques de banda, “corners”, penaltis, tiros libres, “Gatorade”, amonestaciones, cabezazos, patadas, adrenalinas, tarjetas amarillas y rojas, y por supuesto GOLES ; llegamos a la final contra un equipo llamado el “F.C. Ajax de Amsterdan”, vestido de Blanco con su raya vertical roja, que a la vista era muy superior al nuestro en cuanto a su técnica de juego; y que contaba con un jugador, que llevaba el número 10, muy técnico, alto, delgado, integral e inteligente, que jugaba casi como una mezcla, entre el holandés Johan Cruyff y el canario de las Palmas de Gran Canaria “Juan Carlos Valerón” del Deportivo La Coruña; y que durante el campeonato demostró ser el mejor en cuanto a su desempeño, preparación y calidad técnica.

   ¡Las cartas estaban echadas! De forma inesperada y sin ser favoritos para nada, sin creérnoslo mucho, paso a paso, y más por furia, esfuerzo y tesón, que por técnica; con la Copa (que para nosotros era como una “orejona” de la “Champions league”) descansando a la sombra, debajo de un árbol de mango en una banda a la mitad del campo “embarrado”, el árbitro hizo sonar su pito que dio inicio al partido, que definiría al ganador del campeonato de Fútbol 7 de la USB del año 2003.

   Y ¡ocurrió lo que nos temíamos! Empezamos pésimo el partido; desconcentrados, apabullados, sin dominio del balón. En el primer tiempo nos superaron en técnica, posesión y definición, lo que dio como resultado que nos anotaran tres goles, para mayor desmotivación de los nuestros. En el segundo tiempo fuimos mejorando y empezamos a hacer nuestro fútbol, lo que permitió no obstante, que empezara a confiarse el contrincante. Y al empezar el tercer tiempo se hizo más liviano levantarlo; y ¡nos lo empezamos a creer!, pues ya el contendor relajado se daba por dueño de la copa que aún tenía doce minutos por jugar. Y pasó lo que en la vida nos ha dado tantas lecciones, y es que como diría un corredor de fórmula 1: “para llegar de primero, primero hay que llegar”; y así resultó que nuestro contrincante se confiara y nuestra “furia”, “garra” y “corazón” saliera a flote, nuestras mentes no se dejaron vencer y nuestra fuerza de voluntad se hizo más fuerte que la de “David contra Goliat”, sudando la camiseta como tiene que ser. Y con dos goles de este servidor; el primero chutado desde fuera del área  con mi  pie derecho, rastrero y potente, entró a ras del palo izquierdo del arquero; muy pronto nos llegó el segundo gol, a pase de mi sobrino Cesar, que estando recorriendo la banda izquierda hizo un “sprint”, y con un excelente pase me puso el balón frente a la raya, que solo hubo que empujar. Y un tercer gol en tiempo de descuento, que desarticuló al contendor con un izquierdazo de Humberto “el correcamino” desde fuera del área, que entró en rebote y que de una vez empatado el juego, cuya euforia nos hizo celebrar el gol como si ya hubiéramos ganado, sin todavía  haber pasado por la tanda de penales. Los contrarios estaban “atónitos y cabizbajos” al ver que su triunfo estaba siendo sustraído por un Real Madrid, que lleno de garra, furia y motivación “dejó su piel” en la cancha y que les empató el juego, cuando ya se daban por campeones del torneo.

  Pues bien, llegamos a la tanda de “penalties” definidores desde los 11 pasos, que nos hizo recordar que los grandes del fútbol en momentos cruciales han perdido la definición, generando dudas y críticas sobre su grandeza, como por ejemplo le sucedió a Diego Armando Maradona en el mundial de Italia contra Yugoslavia en 1990 o a Roberto Baggio de Italia en la final contra Brasil en de USA en 1994.

   Y por cosas del destino, nuestro contendor marcó sus dos primeros disparos y nosotros igualmente atinamos; no fue sino hasta el último penal y definidor del juego, que falló el equipo contrario y yo tuve el honor de determinar el destino y el resultado de la contienda, al haber sido seleccionado por el equipo para chutar el último tiro penal.

   Y bien claro de que mi pie izquierdo haría el disparo, en lo que sería una “dramática” definición; y tomando una separación del balón de aproximadamente cinco metros para agarrar la velocidad ideal, la pelota salió disparada hacia el travesaño, y sin que el arquero pudiera hacer nada, quizás por la fuerza y velocidad del chute, el balón bajó a la raya de cal, volvió a subir a chocar nuevamente con el palo superior; y en lo que pareció cámara lenta, volvió a bajar entrando, está vez a la arquería, cual locura de película y el árbitro dictaminó como Gol, lo que nos llenó de euforia, alegría, celebración e hizo que nos hiciéramos acreedores de la Copa del Campeonato de Fútbol 7 de la Universidad Simón Bolívar.

   Este triunfo tuvo un gran significado en todos los madridistas que amábamos los ideales de el glorioso Real Madrid, pues fuimos campeones siendo el Real Madrid de Venezuela, lo que fue un “plus”, pues hicimos algo que siempre soñamos desde niños, así haya sido en una categoría “superamateur”, pero lo hicimos como si hubiéramos estado en Glasgow, ganándole a un Bayer Leverkusen en el año 2002, compartiendo con Zidane su gol de volea, en la final de su novena “Champions League”…   

   Así que hicimos valer la veracidad de que:  ¡El Madrid no juega finales; el Madrid gana finales!

 


Escrito por: Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela | Categoría: RELATO

Colaboradores: Reyes, Raul y Julio Alamo

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16 de diciembre de 2020

lunes, 7 de diciembre de 2020

 


“MIS JUEGOS DE NIÑO”

      ¡De niños nos la pasábamos jugando! No nos alcanzaba el tiempo para hacer todas las cosas que queríamos realizar. ¡Si no estábamos estudiando; pues normalmente generábamos diversión! Los días nos pasaban muy rápidos y los años transcurrían muy lentos…

   Por supuesto que los juegos dependían del poder adquisitivo de cada grupo familiar, pero muchos de ellos eran válidos para cualquier familia, sin importar su estrato socio económico, pues provenían del corazón de la tradición de cada pueblo y estos eran heredados sin prejuicios, por todos los infantes. 

   La mente de un niño: ¡no para de jugar!, desde épocas inmemoriales se han distraído cada día, divirtiéndose con sus amiguitos, compartiendo diversos juegos creados con los materiales y creatividad de los jugueteros o la tradición de cada etapa o país en la historia del mundo.  —Hoy en día los niños de la nueva generación, principalmente, se distraen con juegos electrónicos de video, sin conocer que fueron creados por la tecnología que se ha ido desarrollando con el paso del tiempo, luego de que aparecieran en 1972 las primeras cónsolas Árcade de Magnavox Odyssey y posteriormente en 1975 la cónsola “Pong” de Juegos Atari y con su famoso “Ping-Pong”.

   Pues entonces hablemos de la historia de los juegos y los juguetes de la infancia y la adolescencia, de un “soñadorcito” nacido en el año 1957 en las Islas Canarias, actual Reino de España, que muy pequeño llegó a la tierra de gracia (también definida como la octava isla), en su época llamada la República de Venezuela.

   Quizás mi primer juguete fue una “palangana de peltre”, donde mi madre me zambullía para darme mi bañito diario, a pesar de la escasez del vital líquido, en una isla sedienta en medio del Océano de “los Atlantes y las Hespérides”. Algunos vagos recuerdos me llegan a mi pensar, y fotos en blanco y negro amarillentas, me manifiestan que quizás uno de mis juegos iniciales, con tan solo un añito, fue disfrutar (y hasta babear) una Jirafa amarilla de “felpa” con sus lunares marrones; —y un poquito después, con dos añitos (en otra foto amarillenta), me veo con un muñeco “porfiao” de material acrílico, que en su interior guardaba pequeños jugueticos de plástico que lo convertía además en un “sonajero” esférico y transparente, sobresaliéndole la cabeza en su parte superior con un gorro, que sujetado por mi mano izquierda, me llenó mis pequeños oídos de océano atlántico y sonidos multicolores venezolanos, con mi trajecito de marinerito elegante, que me trajo mi padre, al regreso de su primer viaje a América.

   Fotos antiguas también me muestran montado en un tradicional  velocípedo de metal (de tres ruedas), con su volante, pedales y tracción de cadena sobre los dos neumáticos traseros, que casi nunca le falta a un niño menor de 3 años y que le permite de forma equilibrada, y sin casi riesgo, conocer “la rueda”, que nuestros antecesores en la humanidad, la crearan por los lados de Mesopotamia en el V milenio antes de Cristo.

  ¿Cómo no recordar? (aunque parezca mentira, y todavía con menos de cinco años de edad), a uno de mis hermanos mayores, el insistirme en que “chutara” el balón con mi pie izquierdo, para así tomar la debida destreza en ambos pies para jugar el deporte Rey, y así enseñarme a patear la pelota (de esas de antaño que tenían cordones similares a los de un zapato remendón), que sí la “cabeceabas” con la frente, te dejaba marcado un “tatuaje de sangre” hasta el día siguiente; y que para poder ser inflada, se debía desatar para extraerle una especie de cordón umbilical, que se encontraba en su interior.

   Ya con casi cinco años, en el barco trasatlántico  “Anna” de la línea “C” que me trajo en el año 1962 desde las Islas Canarias a Venezuela, por la misma ruta donde Cristóbal Colón, 470 años antes casi tuvo un motín a bordo; la tripulación me regaló un “Caleidoscopio”, que me llenó mis pequeños ojos marrones, de colores, formas y luz; y que me dejó grabada mi existencia, quizás como a Galileo Galilei, cuando observó por primera vez el cosmos en su telescopio artesanal. —También recuerdo que accidentalmente cayó al mar, y mis lágrimas se mezclaron, antes de llegar a mi destino final, probablemente en el Mar de los Sargazos, a acompañar con luz a muchos de los difuntos navegantes de naufragios de galeones españoles, llenos de plata extraída del Cerro Potosí en Bolivia, durante la conquista del exprimido nuevo continente.

   Ya instalado en Caracas-Venezuela, tuve la bella sorpresa a los 5 años de contar con un carrito o coche de pedales metálico (de esos vintage que ya no existen), de color negro brillante en su carrocería, como “Tornado” el del  Zorro, muy elegante y funcional, que en una oportunidad me permitió escapármele a mi madre querida, en la calle Real de Sabana Grande (lo que hoy en día es el Boulevard), y tomé las riendas de mi vehículo de acero para recorrer “la acera autopista”, desde la calle los Apamates (rumbo al este de la capital por el lindero norte); —y no fue sino cuando llegué a las cercanías de Chacaíto, siempre ayudado por personas amables que transitaban peatonalmente por la acera (calculo unos 300 metros), que mi progenitora me encontró con mi carita feliz, luego de mi primera travesía en solitario de mi historia; por supuesto ¡creándole el susto de los sustos!. 

   Otra alegría fue total, cuando me regalaron mi primera bicicleta a los 8 años; tiempos cuando no se usaba el casco protector, ni hombreras, ni rodilleras de seguridad.  ¿Qué niño no disfrutaría con el logro del equilibrio (luego de quitarles las rueditas laterales)  y el sentir la brisa refrescante y la adrenalina en su corazón feliz?. —Luego de años y así lograr destreza, haciendo los correspondientes  “caballitos”  y creer que mi dominio era total, me acuerdo que una vez me lancé por una empinada calle, que al final tenía un terreno recién trabajado por un tractor, que dejó una rampa de tierra, el haber volado al menos 7 metros y terminar en los matorrales sano y salvo, luego de tan adrenalítica experiencia.

  Como no recordar entre los 11 y los 15 años, en las “patinatas” nocturnas de la navidad, a mis pies con mis primeros patines de metal marca “Winchester”, que cuando los rozabas contra el cemento echaban “chispas brillantes”, y sus correas que te ajustaban tus zapatos a ellos, luego de haber apretado la punta a unos agarradores que con una llave “mariposa”, lograra que te dolieran los dedos apretujados, a cambio de que no se te salieran de tus calzados de cuero y “suela” remendados. Me acuerdo perfectamente ser atrevidamente “jalado” por una moto de alta cilindrada en una subida y en el camino perder una rueda y tener que seguir con un solo pie hasta tanto se llegó al destino final.

   En el colegio durante el recreo, siempre había algo que hacer, desde jugar la “caimanera” de rigor, sea en fútbol, beisbol (con chapitas de refresco), básquet o voleibol;  hasta jugar “barajitas”, con los “cromos” que se compraban en los kioscos y que siempre engalanaban eventos deportivos como el beisbol nacional o los mundiales de fútbol. —Se trataba de retar al contendor de un puño de barajitas, a ir colocando una a una sobre otra, hasta que se repitiera la misma carta, en cuyo momento el ganador se llevaba la “pila”  que contenían las suyas, así como las de su competidor de turno.

  En las vacaciones del descanso escolar siempre había algo que inventar; como los papagayos o cometas, llamados en otros lugares volantines o papalotes. El poder haber fabricado con tus propias manos tu “ave de papel” y lograr transportarte hasta las nubes, generaban éxtasis en la mente de cualquier niño de mi época. La estructura se hacía de un material natural, muy liviano, firme, recto y sólido llamado “verada”, que se extrae de las riberas de los ríos o lugares donde había mucha humedad y que rápidamente se identificaba entre la maleza, pues en su cúspide se desarrollaba una espiga muy bella parecida al trigo que mágicamente produce nuestro pan. —El “pabilo” (hilo resistente), se amarraba a la verada normalmente en forma hexagonal, dando así una estructura para la aerodinámica, que era recubierta con “papel de seda” de colores y pegada con “menjurje” de harina leudante con agua, que le otorgaba su belleza y resistencia al viento, para así poder subir a los cielos de Dios, acompañado de su cola (de telas viejas de sábanas), para darle estabilidad con la cuerda del mismo pabilo, que nos permitía controlar la distancia de navegación. Nunca podré olvidar una vez construí un papagayo color turquesa de forma hexagonal, que voló en forma totalmente vertical gracias a vientos térmicos y acompañó en su vuelo a  aves “ébanos”  zamuros, que circundaban el cielo azul como un vals en la inmensidad del infinito.

   También el tiempo de vacaciones, se aprovechaba para disfrutar de las “carruchas”, que en primer lugar; se construían de forma artesanal, con madera, rolineras viejas de automóviles, clavos, tornillo central y la cuerda de cáñamo, que te permitía la dirección en el eje delantero y como premio, además te sacaban “callos en tus manos”; y en segundo lugar; experimentar la “Fuerza de la Gravedad”, al lanzarte con el prototipo de vehículo experimental, desde largas pendientes, sin conocer la telemetría adecuada y la velocidad final que alcanzaría el bólido, y que te convertía en el acto en un “piloto de prototipos” y además que en tu mente era mejor que el “Mach 5” de Meteoro en “Speed Racer”. Recuerdo que en una oportunidad fabricamos una carrucha de gran tamaño, lanzarnos por una empinada bajada, y al llegar al destino y por el peso de tres niños encima, no puedo girar en la curva final, teniendo así un impacto que terminó bajo las ruedas de un camión estacionado gracias a Dios y a nuestro ángel de la guarda, sin ninguna herida mayor.

  Por supuesto, a cualquier niño en Venezuela, no le pudo haber faltado en su infancia los juegos  tradicionales, para así competir con sus amigos. —Las “metras”, que consiste en hacer un pequeño triángulo en la tierra, dentro del cual cada jugador colocaba una canica, y desde una distancia determinada, quien lograra chocarlas y hacerlas salir  del triangulo , se la ganaba. —El “trompo” y su cordel que lo ponía a dar vueltas y generar zumbidos de vientos huracanados. —Y hacer sonar a la “perinola” y desgastar la “uña del dedo gordo” para con mucha destreza, lograr que el hoyo de la pieza superior (con la forma de un cilindro ahuecado), sea insertado en el palito, que es agarrado por la mano y unidos por una cuerda, cabuya o guaral.

  Luego, ya con una edad en la que te empiezas a despedir de los juegos infantiles y antes en momentos de pubertad, llegó desde USA a Venezuela la moda de la  “patineta” ( también llamada monopatín o “Skateboard”), construida en material de fibra de vidrio, con bellos colores y dibujos, 4 ruedas de goma con rolineras, montadas sobre ejes metálicos que se atornillaban a la fibra de vidrio, y cada par de ruedas sujetadas por un vástago flexible ligeramente inclinado a la tabla, lo que permitía hacer giros de la tabla de un lado a otro, y necesariamente tenías que aprender a manejar la estabilidad necesaria para enfrentar las grandes y empinadas rutas a navegar o piruetas a mostrar. Como olvidar a la empinada bajada en asfalto de la Urbanización “Cerro Verde” en Caracas y sus casi 3 kilómetros de trayectoria, haciendo “slalom” cual esquiador sobre nieve en Olimpiadas de invierno.

   Al final “mis juegos de niño”, siempre permanecieron en mi mente y me llenaron de recuerdos bonitos; y me generaron una gran lección que es: cada día ¡volver atrás y ser nuevamente niño!; y que ¡nunca debemos dejar de soñar y creer en la magia!; jugar con nosotros mismos, con nuestros hijos, nietos y todas aquellas personas que tengan “corazón bonito”, que no se apenen de crear locas sensaciones y permitir que sus almas siempre estén llenas de bondad, valores y sobretodo sea divertida…

Escrito por: Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela | Categoría: VIVENCIA

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07 de diciembre de 2020