EL ESCAPE
DE ÉL CATIRE
¡Se enamoró y no lo pudo resistir! Él Catire Caico era un
galán de patas blancas, tenía el cabello de color amarillo como los rubios de
Hollywood, como esos anglosajones que navegaron los mares y conquistaron Europa
del Norte, entrando en aldeas, pueblos y ciudades, haciendo destrozos y
herencias de puerto en puerto, quizás llegaron a América antes que Cristóbal
Colón la esclavizara en nombre de la corona y con la Iglesia de cómplice. —Su
enamorada Chiqui era morena, de pelo
hirsuto negro africanizado y de grandes curvas, irresistible, con aroma a café colombiano
bañado en ron caribeño, soleada de tanto astro rey sobre sus espaldas. De
verdad que al enamorado la locura le entró por su dermis y circuló por sus
vasos sanguíneos, sus arterias y venas, hasta llevarle a su corazón vibraciones
que le impulsaron a escapar contantemente de su laberinto escénico que le
otorgaba su zona de confort, el conocía los aromas de la libertad ¡No hubo manera de pararlo, la locura
inundaba su armonía!...
Cuando conocimos a Él Catire
Caico ya era un noble “cachorrón”, formaba parte de la digna adopción de
una caballeriza. No conocíamos su pasado callejero. Un día llegó al aposento de
los equinos mejor cuidados, alimentados y mimados que muchos seres humanos en
un país comunista. —Llegó de la nada, hambriento, flaco, demacrado, sediento y
golpeado por el transcurrir de su vida errante, solitaria, descamisada,
vagabunda y desposeída. Nos lo dieron en
adopción y ¡él aceptó sin chistar!,
poner condiciones ni preguntar, solo recibir su alimento y cariño era más que
lo que el aspiraba. Luego de nuestras investigaciones, supimos por mucha gente que
el tipo vivía en la calle, golpeado, sin techo y sin esperanza. A trompicones
la vida le encalleció los codos y las plantas de sus extremidades, de a poco
sus costillas se le notaban debajo de una piel sin grasa abdominal, no por lo
atlético y “fitness”, ni por consumir una dieta extrema de proteínas, sino por
el hambre radical que pasó de joven y el inicio de su adultez.
Llegó en un momento de emergencia pues de la
noche a la mañana, nuestra anterior guardia
pretoriana sin razón, ni excusas y sin entregarnos “Carta de Renuncia” desapareció de nuestra “Casa del Bosque” y nos vimos en la necesidad (con carácter de
urgencia) de traer nuevos guardianes para evitar ser atacados por los enemigos
de los hogares, que siempre están merodeando y buscando la facilidad para manchar
la propiedad privada. La nueva guardia incluía (además de a Él Catire Caico) a
un chico de Color negro azabache de ojos azules llamado Blue, digno de la estirpe
de un centurión romano, quizás no tan enamoradizo como Él Catire Caico, pero
con ADN del cruce de una hermosa Rottweiler
y un bello Husky Siberiano que le entregó una estirpe de bello cuidado y
hermosura.
Durante meses hubo estabilidad en los
predios y cercados, los contratiempos y trompicones escaseaban en el recinto;
pero bastó que empezara la temporada de lluvias para que los corazones salieran
de sus bradicardias y los electrocardiogramas empezaran a asombrar a los
cardiólogos de la comunidad.
Y llegó una primera noche cuando llovió y
llovió; truenos, relámpagos, centellas y rayos de forma casi semejante a las
sensaciones de obtuvo Noé en el inicio de su diluvio; el terreno se ablandó y
hasta casi se licuó “cual mantequilla en el
asfalto tropical”. Los profundos olfatos del Él Catire Caico y su compinche
Blue de pelo mene, registraron olor a tierra mojada, a grama fresca, a árboles
felices y quizás en algún cromosoma tenían marcado el conocimiento de que “cuanto más escarba la gallina, más tierra se
echa encima” y ¡ahí empezó nuestro karma! Todos los días temprano había que
¡pasar revista!, para verificar la
presencia física de la brigada a la cual ¡Blue
nunca falto! La cerca tipo ciclón era atacada sin piedad, los alambres de
púas no les hacían ni cosquillas, los hocicos trabajaban cual ¡taladro demoledor de concreto!, las
patas parecían ¡palas de un Caterpillar
bulldozer!; eran altamente eficientes en su trabajo en equipo para llegar a
su objetivo, sin mayores planes y solo de forma instintiva lograban su
cometido. —Las cicatrices de guerra no se hicieron esperar, sus encías
destruidas por los alambrones, sus mejillas flácidas de tanto intento y sus colmillos
rayados de tanta locura, se estremecieron de pavor ante aquella prueba determinante
de los poderes sobrenaturales de deseo de libertad. Todas las mañanas había que
tomar el rollo de alambre, la tenaza afilada, retazos de cabillas con herrumbre
y buscar elementos de madera vieja o cerámicas sobrantes, que reforzaran el
lado “este” del lindero (que por cierto era el preferido) y que a estas alturas
y de tanto reparar, ya parecía una obra artística pintada por Salvador Dalí en
unos de sus sueños de locuras surrealista, vedadas a los vicios del tiempo.
Y “Tanto
da el cántaro al agua hasta que se rompe”, esta vez El Catire Caico por
primera vez pudo escapar de lo que empezó a ser su prisión, en búsqueda de
satisfacer sus celos por los olores progesteronicos
y celosos de su nuevo gran amor Chiqui,
a quien logró divisar, oler, ver, babear, husmear y ladrar, sin mayores
emparejamientos, pues fuimos advertidos a tiempo y notificados por la familia
de la fémina, sobre el intento de secuestro de su consentida, teniendo que
salir la primera vez, a altas horas una noche de luna llena, densa y sin
estrellas, con una oscuridad impregnada de aire nuevo y limpio, caminando con
cholas y pijama (y quizás con mal aliento) e iluminados con una “headlamp” china
en la frente, hasta el lugar de intento de delito donde rescatamos al desatado
e incontrolable fugitivo. —Luego del rescate, al día siguiente, tratando de
sobreponerse de la aflicción, el susodicho sufrió una crisis de mal humor, no
volvió a engullir de forma regular y se pasaba el día cabizbajo, meditabundo y
deambulando por la parcela de su territorialidad.
El Catire Caico y su cómplice Blue no tenían nada que envidiar y nada
les faltaba; tenían un terreno de más de 2000 metros cuadrados con amplios
caminos, verdes gramas, pinos caribes traídos de Uberito en Monagas, cayenas de
colores alegres, verdes aguacates gelatinosos que en caídas prematuras les
llegaban como “pasapalos”, mangos jugosos que durante tres meses del año les
llenaban los dientes de hebras; que decir de las lechosas que degustaban,
comida todos los día a las 4 pm y hasta un eucalipto gigantesco venido del
Waraira Repano los acompañaba; en fin nos preguntábamos: ¿Por qué tanta
insistencia en dejar el nido del confort?
Muchas
noches repitió su indomable pasión por la fuga de su “Alcatraz hormonal”. —Nos permitimos reclamarle hasta donde nos
entendió: “en vez de andar pensando en tus alocadas aventuras, debes ocuparte
de tus labores de cuidado” y este nos—replicó en sus pensamientos— “Lo que es
del cura va para la iglesia”.
¡Por nuestra mente pasaron muchas posibles
soluciones!, desde el amarre total todas las noches, quitarle su ración de
comida, devolverlo a la caballeriza sin derecho a retorno y hasta vestirnos de
casamenteros y traerle una novia a la casa.
Solo se le ocurría imaginarse y pensar en: “Sí pudiese despertarme todas las mañanas
mirándote y oliéndote, mi vida sería perfecta”. ¡Y como el amor todo lo
logra! y ante la inquebrantable obstinación de Él Catire Caico, pues no nos
quedó otro remedio y terminamos cediendo…
Escrito por: Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela
| Categoría: Cuento
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Juan Raul Alamo
22 de julio de 2020
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