jueves, 23 de julio de 2020

EL ESCAPE DE ÉL CATIRE


   ¡Se enamoró y no lo pudo resistir! Él Catire Caico era un galán de patas blancas, tenía el cabello de color amarillo como los rubios de Hollywood, como esos anglosajones que navegaron los mares y conquistaron Europa del Norte, entrando en aldeas, pueblos y ciudades, haciendo destrozos y herencias de puerto en puerto, quizás llegaron a América antes que Cristóbal Colón la esclavizara en nombre de la corona y con la Iglesia de cómplice. —Su enamorada Chiqui era morena, de pelo hirsuto negro africanizado y de grandes curvas, irresistible, con aroma a café colombiano bañado en ron caribeño, soleada de tanto astro rey sobre sus espaldas. De verdad que al enamorado la locura le entró por su dermis y circuló por sus vasos sanguíneos, sus arterias y venas, hasta llevarle a su corazón vibraciones que le impulsaron a escapar contantemente de su laberinto escénico que le otorgaba su zona de confort, el conocía los aromas de la libertad ¡No hubo manera de pararlo, la locura inundaba su armonía!...
  
  Cuando conocimos a Él Catire Caico ya era un noble “cachorrón”, formaba parte de la digna adopción de una caballeriza. No conocíamos su pasado callejero. Un día llegó al aposento de los equinos mejor cuidados, alimentados y mimados que muchos seres humanos en un país comunista. —Llegó de la nada, hambriento, flaco, demacrado, sediento y golpeado por el transcurrir de su vida errante, solitaria, descamisada, vagabunda y desposeída. Nos  lo dieron en adopción y ¡él aceptó sin chistar!, poner condiciones ni preguntar, solo recibir su alimento y cariño era más que lo que el aspiraba. Luego de nuestras investigaciones, supimos por mucha gente que el tipo vivía en la calle, golpeado, sin techo y sin esperanza. A trompicones la vida le encalleció los codos y las plantas de sus extremidades, de a poco sus costillas se le notaban debajo de una piel sin grasa abdominal, no por lo atlético y “fitness”, ni por consumir una dieta extrema de proteínas, sino por el hambre radical que pasó de joven y el inicio de su adultez.

   Llegó en un momento de emergencia pues de la noche a la mañana, nuestra anterior guardia pretoriana sin razón, ni excusas y sin entregarnos “Carta de Renuncia” desapareció de nuestra “Casa del Bosque” y nos vimos en la necesidad (con carácter de urgencia) de traer nuevos guardianes para evitar ser atacados por los enemigos de los hogares, que siempre están merodeando y buscando la facilidad para manchar la propiedad privada. La nueva guardia incluía (además de a Él Catire Caico) a un chico de Color negro azabache de ojos azules llamado Blue, digno de la estirpe de un centurión romano, quizás no tan enamoradizo como Él Catire Caico, pero con ADN del cruce de una hermosa Rottweiler  y un bello Husky Siberiano que le entregó una estirpe de bello cuidado y hermosura.

   Durante meses hubo estabilidad en los predios y cercados, los contratiempos y trompicones escaseaban en el recinto; pero bastó que empezara la temporada de lluvias para que los corazones salieran de sus bradicardias y los electrocardiogramas empezaran a asombrar a los cardiólogos de la comunidad.

   Y llegó una primera noche cuando llovió y llovió; truenos, relámpagos, centellas y rayos de forma casi semejante a las sensaciones de obtuvo Noé en el inicio de su diluvio; el terreno se ablandó y hasta casi se licuó “cual mantequilla en el asfalto tropical”. Los profundos olfatos del Él Catire Caico y su compinche Blue de pelo mene, registraron olor a tierra mojada, a grama fresca, a árboles felices y quizás en algún cromosoma tenían marcado el conocimiento de que “cuanto más escarba la gallina, más tierra se echa encima” y ¡ahí empezó nuestro karma! Todos los días temprano había que ¡pasar revista!, para verificar la presencia física de la brigada a la cual ¡Blue nunca falto! La cerca tipo ciclón era atacada sin piedad, los alambres de púas no les hacían ni cosquillas, los hocicos trabajaban cual ¡taladro demoledor de concreto!, las patas parecían ¡palas de un Caterpillar bulldozer!; eran altamente eficientes en su trabajo en equipo para llegar a su objetivo, sin mayores planes y solo de forma instintiva lograban su cometido. —Las cicatrices de guerra no se hicieron esperar, sus encías destruidas por los alambrones, sus mejillas flácidas de tanto intento y sus colmillos rayados de tanta locura, se estremecieron de pavor ante aquella prueba determinante de los poderes sobrenaturales de deseo de libertad. Todas las mañanas había que tomar el rollo de alambre, la tenaza afilada, retazos de cabillas con herrumbre y buscar elementos de madera vieja o cerámicas sobrantes, que reforzaran el lado “este” del lindero (que por cierto era el preferido) y que a estas alturas y de tanto reparar, ya parecía una obra artística pintada por Salvador Dalí en unos de sus sueños de locuras surrealista, vedadas a los vicios del tiempo.

   Y “Tanto da el cántaro al agua hasta que se rompe”, esta vez El Catire Caico por primera vez pudo escapar de lo que empezó a ser su prisión, en búsqueda de satisfacer sus celos por los olores progesteronicos y  celosos de su nuevo gran amor Chiqui, a quien logró divisar, oler, ver, babear, husmear y ladrar, sin mayores emparejamientos, pues fuimos advertidos a tiempo y notificados por la familia de la fémina, sobre el intento de secuestro de su consentida, teniendo que salir la primera vez, a altas horas una noche de luna llena, densa y sin estrellas, con una oscuridad impregnada de aire nuevo y limpio, caminando con cholas y pijama (y quizás con mal aliento) e iluminados con una “headlamp” china en la frente, hasta el lugar de intento de delito donde rescatamos al desatado e incontrolable fugitivo. —Luego del rescate, al día siguiente, tratando de sobreponerse de la aflicción, el susodicho sufrió una crisis de mal humor, no volvió a engullir de forma regular y se pasaba el día cabizbajo, meditabundo y deambulando por la parcela de su territorialidad.

   El Catire Caico y su cómplice Blue no tenían nada que envidiar y nada les faltaba; tenían un terreno de más de 2000 metros cuadrados con amplios caminos, verdes gramas, pinos caribes traídos de Uberito en Monagas, cayenas de colores alegres, verdes aguacates gelatinosos que en caídas prematuras les llegaban como “pasapalos”, mangos jugosos que durante tres meses del año les llenaban los dientes de hebras; que decir de las lechosas que degustaban, comida todos los día a las 4 pm y hasta un eucalipto gigantesco venido del Waraira Repano los acompañaba; en fin nos preguntábamos: ¿Por qué tanta insistencia en dejar el nido del confort?        

    Muchas noches repitió su indomable pasión por la fuga de su “Alcatraz hormonal”. —Nos permitimos reclamarle hasta donde nos entendió: “en vez de andar pensando en tus alocadas aventuras, debes ocuparte de tus labores de cuidado” y este nos—replicó en sus pensamientos— “Lo que es del cura va para la iglesia”.

   ¡Por nuestra mente pasaron muchas posibles soluciones!, desde el amarre total todas las noches, quitarle su ración de comida, devolverlo a la caballeriza sin derecho a retorno y hasta vestirnos de casamenteros y traerle una novia a la casa.   

   Solo se le ocurría imaginarse y pensar en: “Sí pudiese despertarme todas las mañanas mirándote y oliéndote, mi vida sería perfecta”. ¡Y como el amor todo lo logra! y ante la inquebrantable obstinación de Él Catire Caico, pues no nos quedó otro remedio y terminamos cediendo…


Escrito por: Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela | Categoría: Cuento
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22 de julio de 2020






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