CHEO, EL COMPADRE
DE LOS CAYOS
Cheo ¡Vivía en solitario! Alguna vez tuvo
familia pero fue poco a poco abandonado. No
conoció a su padre. Nació en las riveras del Golfete del << Cuare>>, en
el mismo lugar donde llegaban todos los años los flamengos anaranjados desde
las Antillas Neerlandesas y las garzas granate lugareñas impactaban la retina, en
el lugar de los cocoteros que se doblan pero no se amilanan, en la Playa Norte
alejada, solitaria e infinita. —La vida no le premió en el sorteo de llegar a
una familia dotada. El universo le hizo abrir los ojos en un rancho de “bahareque” y palma. Su existencia le
impidió estudiar para poder llegar a “ser
alguien” en la vida y lograr lo mínimo para cubrir sus necesidades básicas
y algo más… Era como muchos que la han pasado duro; pues Cheo nació en la
Venezuela profunda.
Tuvo una niñez
sencilla. Su madre “que llegó a los 100
años” le dio mucho amor dentro de
las penurias de su crianza. Jugaba con “metras”,
“perinolas”, “gurrufíos” y con la verada cortada con machete en las riveras del
Rio, construía “papagayos”
multicolores, de papel de seda pegado con “mezcolote”
de harina de coco, de cola larga de las telas carcomidas por la polilla y que serpenteaban el cielo de las costas
falconianas. —De joven conoció a la negra Josefina, ¡el amor de su vida!, con ella engendró 5 hijos, que a duras penas
pudieron criar. Pero lamentablemente luego de muchos años por su mala conducta etílica,
la susodicha “Cuaima” no lo aguantó
más y lo “excomulgó” a su soledad,
sin derecho a reconciliación.
Cheo fue un hombre
de callos en sus manos y Cayos en su horizonte. Tenía la piel bronceada,
generado por su trabajo duro en las playas de occidente. Trepaba los cocoteros
con la facilidad que trajeron sus genes heredados de sus ancestros. —Desde la
playa donde sobrevivía, se divisaban los Cayos de sus amores; pequeños atolones
coralinos, lugares de arenas blancas, salinas rojas, corales multicolores, sol
implacable y manglares babosos que alguna vez seguro estuvieron llenos de perlas.
Cheo era hombre de
pantalones deshilachados a rastras y “alpargatas”
gastadas de tanto caminar. Deambulaba solo de playa en playa, el, el mar y el
sol. Desbordado de conexión con la naturaleza, que tanto escasea entre los
seres humanos. —Fue un hombre sin riendas, sin compromisos, libre. Ni el amor
lo pudo atar. Puede que algún tiempo sí, ¡pero
no más!. Prefirió su libertad, su soledad, su mar. Ya no le dolía la piel
por su sol, estaba curtida, muy curada, con olor a mar y sudor, que forman la
mezcla perfecta.
¡No tenia reloj y no le hacía falta! Lo
despertaba cada día el sol picante que entraba por los huecos del techo de
asbesto contaminante, desgastado por la humildad, el tiempo, el salitre y la desidia. —Su caña
de pescar con carnada de cangrejo, ataviada con bambú y nylon, siempre amanecía
dispuesta a “anzuelar” a algún “Corocoro”, para buscar el alimento y
así calmar su hambre acumulada e intentar doblegar sin éxito su resaca
taciturna.
—Ni tenía televisión ni conoció el internet y no le hicieron
falta…
Se “rebuscaba”, cuidando casas de veraniego
playero de gente pudiente de diferentes ciudades importantes. —Era
multidisciplinario: “wachiman”, electricista, pescador, cocotero, sembrador, jardinero,
albañil, pintor, plomero y pero sobre todo un ser humano de bien, amable y
cordial.
Siempre recibía a los
que él llamaba sus “Patrones”, con
una sonrisa sin igual, acompañada con dulces, agua y carne de coco. A veces en temporada, facilitaba cangrejos y alguna
langosta digna de manjares. No faltaban nunca el gesto de instalar los
“chinchorros” guindados en el corredor frente al mar y las ventanas abiertas de
par en par, para quitarle el olor de salitre a las casas playeras. Era más que
un mayordomo, Cheo era el amigo de la playa…
En una época llegó
a tener un Jeep Willys destartalado del año 1953, de esos que recorrieron Europa
para su liberación durante la segunda guerra mundial, quizás hasta llegó a
estar en la resistencia de París con algún Teniente mandón en su volante. —Se
oía llegar desde lejos por lo escandaloso de su presencia. No había pieza de la
latonería que no tuviera herrumbe producto de la sal marina que a diario bañaba
su chasis, sus guardafangos y tornillos clausurados.
En una oportunidad
persiguió las huellas de una mini moto “Monkey” minitrail Honda, que estaba
siendo reparada por el “Patrón” y por
ello no encendía, que fuera sustraída del garaje de la casa por la mano del
hampa playera durante una oscura noche calurosa; y cual sabueso “Sherlock Holmes”, logró encontrarla,
escondida en un rancho abandonado a más de 5 kilómetros de distancia, gracias a
seguir el rastro de las impresiones que los tacos de sus cauchos hicieron sobre
la arena caliente.
El fue el guía turístico
mayor de las Cueva de la Virgen y la del Indio y siempre mostraba todos sus
recovecos y jeroglíficos en la serranía desgastada en su base por las
corrientes milenarias y perseverantes del Golfete del << Cuare>>. Nos presentó detalle a detalle a sus
consentidos Cayos: Sal, Muerto, Peraza, el chipilín (ya extinto) Pelón, y Sombrero con su laguna interior un poco más
alejado, eran como sus hijos de arenas blancas, pero sembrados en medio de la
mar de aguas verdiazules en el parque nacional Morrocoy. — Se esmeró en su presentación del más alejado,
su preferido, favorito y predilecto “Cayo Borracho”, ¡quizás por la misma afición!, el cual es un bello refugio y
criadero de tortugas marinas en peligro de extinción y que por su soledad es
aprovechado por los “desnudistas”.
Una vez se le vio en
Caracas, alguna cédula de identidad en extranjería se vino a sacar, pero en la
misma tarde salió disparado a su tierra falconiana, agobiado por lo urbano y lo
ilógico de una ciudad millonaria en desorden, caos y a veces hasta “desamable”, contrario a lo que le
enseñaron a tratar sus ancestros. —Mas nunca regresó a la “ciudad de los techos rojos”.
El compadre Cheo,
nos otorgó el honor de correspondernos con el padrinazgo de Gregorio su último
hijo, lo cual fue aceptado con cariño y orgullo. —Fue bautizado en la “descascarillada” Iglesia humilde de
Chichiriviche por el padre párroco de mal carácter Nicasio, quién le administró
el sacramento al Siervo de Dios, invocando a la Trinidad, según el rito de
rigor del mandato del Concilio de Nicea: —
<< Gregorio yo te
bautizo en el nombre del Padre, Amén, y del Hijo, Amén, y del Espíritu Santo,
Amén>>, haciendo en la Pila bautismal malabares hidratantes en un
Bautismo por inmersión, ¡Como Dios manda!.
Cheo se fue a dormir
una noche y ¡no despertó!, había
decidido morir así inclusive antes de nacer, fue natural, sin resistencia, sin
miedo, sin preguntas ni porqués y sobre todo sin culpa. Hizo lo que debía
hacer, venir a experimentar la vida con su pasión “El Mar”. Se fue muy joven, a solas solo acompañado de su asbesto resquebrajado, su
colchón “empolillado”, sus olas del
mar, sus cangrejos encaletados y su botella de aguardiente “San Tome”. —Cheo fue extrañado varios días después, no se mereció
la pestilencia y sí un digno funeral. Cheo
falleció a los 50`s en 1.999, no dejó un
gran legado, pero si mucha cortesía y
amabilidad.
El amigo Cheo
lamentablemente ¡No llegó a la edad
centenaria de su madre!... ¡Seguro sus lágrimas eran de agua de coco!...
¡Seguro está trepando a un cocotero en el cielo!.
Dedicado a nuestro
gran amigo y compadre Jose Gregorio Rodriguez “Cheo” nuestro pana de
Chichiriviche. Estado Falcón, Venezuela. En paz descanses y brille para ti la
luz perpetua de Dios.
Escrito por: Juan Raul Alamo Lima. Caracas - Venezuela |
Categoría: Cuento
Inspiradora: Patricia Alamo Rodriguez - Irlanda
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08 de abril de 2020